EL POR QUÉ DE ESTE BLOG

EL POR QUÉ DE ESTE BLOG

Bueno, bueno, bueno, pues se explica en pocas palabras: ESTOY EN EL PARO.

Si, después de 34 años trabajando, ahora estoy en el paro y como la cosa me temo que va pa´ largo, pues tengo que fogá, ¿sabéis lo que es eso?, pues que necesito algo que hacer para quemar energía.

Trabajando en hostelería, tratas con todo tipo de personas al cabo del día, clientes y compañeros de trabajo, y si además la mayoría son mujeres, que somos muy charlatanas y llevamos muchos años trabajando juntas, filosofamos mucho de familia, noticias, arte, cultura, actualidad en general y cotilleos; pues eso es lo que me falta, compartir.

Cuando estoy cocinando con la radio puesta y me viene a la cabeza algo que creo es interesante y que podría compartir, lo escribo en el ordenador, y como me he apuntado al feisbuk, lo comparto con la corrala cibernética de familia y amigos.

Ahora me han dicho que sería interesante que hiciera un blog. Pues vamos a ello.

Advierto que son cosas mías, igual hay veces que se me va la olla, son cosas cortitas del día a día y los que me leen hasta ahora dicen que les hace gracia, sólo escribo cuando encuentro algo que me inspira y creo que se puede compartir.

SI ME QUERÉIS, SEGUIDME.

sábado, 19 de octubre de 2013

A LOS MAYORES HAY QUE RESPETARLOS

La otra tarde, paseando con mi hermana la chica y su hija,  de siete años, andábamos entretenías conversando, y esta nueva generación de niños, que son muy expresivos hablando, -será porque son niños deseados y se les presta bastante atención-, bueno, pues no sé en qué momento la pequeña entró en conversación con su madre, o bien pidiéndole algo o bien intentando convencerla para llevarla a su terreno, y yo intervine en la conversación, sólo para reafirmar algo que la madre le había dicho. Realmente el tema no tendría más importancia si la pequeña no hubiese cerrado los puños, encogido su cuerpecillo y con los dientecillos apretaos me dijo: “oh, cállate, por qué te metes, esto no va contigo” -. Entonces la madre, ante la cara de sorpresa que puso la niña al oír mi respuesta, sin perder la sonrisa, le dijo: - “no contestes así y no tendrás que escuchar respuestas como esa”-, porque yo le repliqué: -“eres una mona enterá y tendrás que crecer un poco más antes de mandarme a callar, chula, que eres una chula”-. Nos sonreímos y seguimos paseando como si tal cosa.

Qué pasa, que reflexionando en la manera en que la niña se expresó, recuerdo la cantidad de veces que hemos callado nosotras cuando éramos de su edad, con tanta norma de: “a los mayores no se les contesta”. Si ibas con una queja a tu madre, porque alguna persona mayor te había dicho una grosería, mi madre decía, “a los mayores se les respeta y no se les contesta” y tu apretabas los dientes y replicabas, y tu madre te decía: -“que te calles”, “mando yo”, “porque yo lo digo”, “porque lo digo yo, te callas y a los mayores no se les contesta y si una persona mayor te manda a por tabaco o a algún recao, le obedeces sin rechistar” y había quien incluso soltaba un sopapo al niño que replicara, que todavía le debe estar vibrando el tímpano.

Cuando de pequeñas -hablo de nueve a once años- íbamos solas con amigas al cine en verano, rara era la vez que no se nos ponía un tío con el rabo pegao a la espalda y te callabas por vergüenza. Jamás pensé en decirle nada a mi madre, puesto que era un adulto quien lo hacía, pero cuando salía el tema entre las niñas, -porque a otras amigas también se lo hacían-, mi hermana se ponía detrás mía en la cola y le hincaba con toda sus fuerzas los codos hacia atrás al acosador de niñas, que luego se mantenía alejado una temporada. No sé si porque me crié gordita, era un imán para estos tíos. Lo podías sentir en una cola del cine o en una procesión, en una feria… siempre que había barullo y la gente se apretaba, había un tío que le colocaba un rabo a una niña en la espalda.  Una vez, incluso en el cine, viendo una película de Tarzán, un individuo se me puso a decir obscenidades. Yo no sabía qué hacer, me quería morir, pero mi hermana, que estaba en la fila de detrás y se dio cuenta, se puso en pié y lo floreó diciéndole que si no se daba cuenta de que yo era una niña y que era un guarro, ¡pero a grito pelao! y el tío se fue del cine para que no lo avergonzara más. Ningún adulto se levantó para increpar al tipo o para ver qué estaba pasando, todo el mundo miraba al hombre, pero nadie decía nada. Tampoco se lo dijimos a mi madre, porque a las personas mayores había que respetarlas y todo era “cállate, no digas nada, si eres una niña buena callarás y respetarás a los mayores”, y aunque te morías de vergüenza y sabías que te estaban humillando, callabas, porque a los mayores había que respetarlos aunque ellos nos perdieran el respeto continuamente, porque los niños éramos un estorbo casi en todas partes y mientras crecíamos recibíamos una atención mínima, porque rápidamente nos echaban a la calle a jugar y si hablaban cosas de mayores, te espantaban diciendo “cuidado, que hay ropa tendía”. Así que no es de extrañar que con doce y trece años ya entrabas en la edad adulta y con catorce, ya te dejaba tu madre pintarte los labios, y si a los dieciséis no tenías novio, prácticamente eras una polletona. Así que las niñas de mi generación crecimos rápido, muy rápido, súper rápido, pa´ podernos defender, como personas mayores.





jueves, 10 de octubre de 2013

APRENDIENDO A COCINAR

Toda nuestra vida ha girado siempre alrededor de mi madre, mi familia es un matriarcado. Somos seis hermanos y ella nos sigue moviendo como marionetas, a pesar de lo viejos que somos ya. No saltamos en la medida en la que lo hacíamos antes, porque somos adultos y tenemos nuestras obligaciones, pero intentarlo, lo intenta.

Cuando yo era chica, como soy la segunda -y ya he dicho en anteriores crónicas que era muy tranquila-, mi madre me tenía de apoyo para la casa,  y a la mayor, que siempre ha sido más bichillo y rebelde, la puso a  trabajar en cuanto tuvo edad, pa´ ayudar a mantener a la tropa.

Cuando mi madre se encontraba mal y se quedaba en cama, -casi siempre por un mal preñao-, y es que pasaba unos embarazos malísimos, me decía: -“Paqui tráete la cacerola, que hoy vas a poner tu las lentejas, que yo no tengo cuerpo, pero va a venir tu padre y no va a estar la comida lista”-. Le acercaba la  cacerola a la cama y me decía: -“La pones de agua hasta aquí y me traes el aceite”-, me indicaba cuánto aceite, medio tomate, medio pimiento, media cebolla, una cabeza de ajo quemá, un chorizo, una hoja de laurel y la sal se la ponía ella. Luego se añadía o bien patatas o bien arroz, dependiendo de lo aguachirná que salieran. Las lentejas las vendían a granel y se compraban en cartuchos de papel, y había que espulgarlas porque venían sucias de piedrecillas, palitos, arvejas… Al principio le preguntaba a mi madre: -“mamá, ¿esto es una lenteja o una arveja?”, hasta que aprendí a conocerlas y las iba quitando.

Según me iba haciendo mayor, -y ella seguía trayendo niños al mundo-, me enseñaba a cocinar cosas más complejas. Si había que hacer un refrito pa´ los fideos guisaos ya era más complicado, porque hablo de que yo tendría unos diez o doce años y al principio eran guisos como lentejas o patatas, pero nada de fritos, no me fuese a quemar con el aceite. Todas las legumbres en general había que limpiarlas, porque venían en sacos a granel y traían ramillas o piedrecillas. La mayoría de las comidas en aquella época eran o guisos o cocidos de olla, según temporada. Si te comes un guiso de fideos en verano no sabe igual que en invierno, porque la verdura de invernadero no sabe igual, no es lo mismo. Así aprendí mis primeros conocimientos de cocina, por necesidad y obligación, que es la manera en que mejor se te quedan las cosas.

Muchos días mi madre me dejaba sin colegio porque no se encontraba bien y necesitaba a alguien en casa que le ayudase con los mandaos, la comida, la limpieza… y a mí que los libros me traían de cabeza, que no me gustaba estudiar, vaya, prefería quedarme en casa y ayudarla, porque cuando tenía que estudiar para un examen, siempre me dolía la cabeza. Mi madre me llevó una pechá de veces al oculista y no tenía nada. En cambio cuando explicaba el profesor una lección, se me quedaba fijo. Todavía recuerdo la lección que nos dio D. Vicente en el instituto Rio Verde acerca de la reproducción de los helechos por esporas, que me tuvo aluciná un tiempo y seguro que saqué buena nota si cayó en el examen.

A la hora de comer, nadie protestaba. Todo estaba buenísimo, como si lo hubiese hecho mamá. Por eso, cuando me casé, siempre me sobraba comida. Me perdía en las cantidades. Eso de pelar dos patatas no me salía, cuando cogía  el cuchillo y me daba cuenta y paraba, ya tenía tres kilos de papas pelaos en un momento. Y hasta hace dos días mi hija me decía que hacía de comer pa´ invitar a todo el bloque.


Yo no he leído libros de cocina, pero sé que no me pueden faltar ajos, cebollas, patatas, zanahorias, puerro, apio, tomates, pimientos… pa´ poder pensar en hacer un menú, sea de carne o de pescado. A mí cocinar me relaja mucho, tengo una gran cocina con vistas, pongo musiquita y si se me va un poco la olla, escribo una crónica.

sábado, 5 de octubre de 2013

UN PEKINES LLAMADO LEÓN

¡Ay!, hoy toca uno de mis desvaríos…voy a fogá, lo siento, lo siento, lo siento, pero ¡no puedo, no puedo, no puedo!

Por no matar a mi madre y a mi hija, estoy tragando toa la quina del mundo, pues a resultas de una adolescencia un poco chunga de mi hija la chica, mi madre, o sea, su abuela, tuvo a bien regalarle a la niña un perrito. Eso que dicen de que las abuelas están para malcriar a sus nietos, yo creía que era mentira, ya que mi madre mantuvo la misma disciplina con nosotros y con los nietos de primera generación, pero se nota que con esta ya tiró la toalla y qué cosas, de verdad, no la reconozco. Con lo bien que nos educó a todos sus hijos, cómo me dio mi madre esta puñalá trapera con su nieta. Yo no me esperaba esto de mi madre. Un perrito, a mí, que ella sabía que no quería perros en mi casa, porque lo sabía. Yo les regalé a las niñas pescaitos, pajaritos e incluso un conejo “cagarrutero”, pero porque no había que sacarlos a la calle a hacer sus necesidades y todo para no tener la responsabilidad de un perrito, porque sabía que me iba a tocar a mí.

Pues nada, ella se presentó con aquella pelotilla pa´ comérsela, un cachorro pekinés y a consecuencia de eso tuvimos mi hija y yo “grandes y chicas”, pero aquí está, con nosotros desde hace siete años, y el chulo del perro, -que es un chulo-, sabe que lo tengo enfilao, y cuando me ve con la fregona en la mano, se pierde por la casa. Pero es un macho y a la menor que te descuidas levanta la patita y ala, a marcar territorio.

Ya ha sido padre una vez y no lo he capado, lo veo tan vivo y espabilao que me da pena, y eso que dicen que los pekineses tienen mala baba, pero al estar criado entre niños, éste es un peluche, -pero vivo- y tiene que cagar y mear en la calle, pero como mi hija no observa la rutina, comprendo que el animalito tampoco va a explotar y yo no quiero hacerme cargo, porque es su responsabilidad… así que en ello estamos, siempre mosqueadas con el tema. Y el caso es que el perro se gana a cualquiera, es un regalón y le gusta la calle al perder, tengo que hacer de tripas corazón pa´ no sacarlo, porque apenas suenan las llaves o la puerta de la casa, está como un soldao, firme en la puerta esperando que le digas “vamos” y entonces pierde el culo por salir a la calle. En cambio, la realidad es que se tira toooooa la mañana esperando a que la niña lo saque, con cara de amargao y acostao a sus pies.

Leí en Internet que los pekineses son una raza de leyenda: cuenta cómo un león se enamoró de una mona y le pidió a los dioses que le concedieran su amor, y así nació esta raza, pequeña pero matona.
Las niñas lo lavan con champú y le ponen suavizante y está que brilla y resplandece como un peluche, pero el jodío es un fistro sexual y, peluche que coge por banda, se lo cepilla, y cuando está más activo de la cuenta, incluso a los cojines del sofá y me temo que cualquier día me preña un cojín y hay que renovar la leyenda…

Pero cuando me levanto por la mañana y veo la orgía que ha montao en el salón con su peluche, los cojines… y observo esas gotitas amarillas que me deja en el sofá, -que le tengo dos fundas puestas y estoy deslomá cambiando fundas casi todos los días-, me pongo como una moto y por no coger al perro, a la niña y a la madre que me parió y tirarlos por el balcón… aquí estoy, sentá delante del ordenador y fogando de una manera que se me va la olla, lo siento.

Este es el personaje...