Pues
no, este año con la llegada de septiembre ni ha llovido lo suficiente pa´
llevarse las miasmas de tó el verano ni se han marchado tan pronto los
turistas, al contrario.
Y
aquí sigo yo, con mis neuras, repasando las entradas antiguas de mis crónicas y
viendo que no ha cambiado en nada mi opinión, sigo como el del chiste que me
pasó mi gente: “si hay guerras, los políticos por seguir chupando del bote no
saben cómo anestesiarnos la mente con noticias catastróficas y la gente sigue
sufriendo y aparecieran unos extraterrestres…, tú qué harías?” – “Pues cocretas, que les gustan a todo el
mundo, eah”-. Pues eso, con la masa de las cocretas
enfriando y las lentejas hechas, toca crónica.
No
hay nada, aparte de un angelito que nos ha caído del cielo, que haya cambiado
mi rutina, y este angelito, que se llama Candela, se ha incorporado a la corriente
familiar sin alterar paseos, salidas, comidas, cafetitos ni nada, la tía parece
que ha estado ahí toda la vida. Ya tiene pá cinco meses y está adorable,
achuchable y no digo nada más para no llamar al vajío, la mala suerte, el mal de ojo y todo lo que ya sabéis, que
creer no creo, pero por si acaso.
Me
incorporé también, además de al mundo de las abuelas, al de las nuevas
tecnologías. Tengo móvil, pero no sé pa´ qué, la verdad. Es un incordio, muy
grande para poder ver las letras, pesa como un mastodonte, no lo localizo
cuando suena y como esté con el guasa
en línea, se me queman las papas y la gente se queda esperando que conteste, y
estoy segura que cuando lo necesite para llamar a una urgencia, seguro, pero
seguro, que estará sin batería, porque esa es la única excusa para tener un
móvil.
También
anteriormente comenté que me regalaron un libro electrónico, que es al
contrario, pesa menos que un libro y sí, este sí es un buen invento, que me lo llenaron de lecturas varias. Como
ando un poco dispersa en verano, pues estuve leyendo cositas entretenidas, de
ya sabes… fuertotes de las tierras altas, brujas y dragones, aventuras varias y
últimamente unas series de lecturas que me dijo mi hermana que eran juveniles. ¡La
leche!, juveniles, me cago en la leche con la Sylvia Day, pornográfica total,
pero pornográfica siguiendo la estela del Grey, con títulos como Afterburn y Aftershock, Atada a ti y
otros por el estilo. Me saturé, dije basta, no sabía que para hacer una
coca-cola se pudiesen escribir doce páginas, y en los libros hay unas pocas de
esta serie, te puedes figurar la de hojas que pasas para seguir el hilo y
encontrar un argumento que no sea tragar, chupar, sudar, empujar, volver a chupar,
tragar y empujar, ¡por diossssss!, qué fatiguita, más increíble que las cuatro
vueltas de campana que dan los protagonistas, el Tom Cruise en su última
película de misión imposible y salen indemnes. Increíble, vaya, que si esperas
encontrar pareja leyendo estos libros es como pensar meterte a policía y ser el
Increíble Hulk de fuerte, totalmente fuera de la realidad. Puestos a leer fantasía,
me quedo con otra clase de lectura. Vaya, que ya los he borrado del
electrónico.
Sin
embargo aún estoy conmovida con el último libro que me ha pasado mi hermana, en
papel, se llama El arte del pastel
perfecto de Sarah Vaughan. Sí, estoy conmovida cuando veo que alguien
utiliza la literatura de una forma tan magistral que puede emocionar, sólo
leyendo y sin imágenes puedes oler, tocar texturas, ver colores y ponerte un
nudo en la garganta de emoción cuando empatizas con algunos de los personajes.
Me ha encantado y me ha animado a escribir algo, porque últimamente estoy tan
saturada de malas noticias y de politiqueo barato que, la verdad, aparte de un
buen libro y los quehaceres diarios de ama de casa, esta es la única chispa que
me ha asaltado por ahora.
Y
nada, seguimos en contacto. We keep in touch, tu ya sabes…