Ya
comenté en otras crónicas acerca de mi niñez, que aunque pobres como ratas,
fuimos felices, muy felices, por estar rodeados de tanto amor, tan protegidos
con tanto cariño y a esa edad tan divina de la niñez en la que no tienes
obligaciones, tan sólo quieres tener tiempo para jugar y jugar, sin pensar en
nada, solo tiempo para estar con amigos jugando. Esos veranos de playa y sol y
excursiones por los ríos y cañaverales de la sierra, sin materialismos, pero
con una imaginación desbordante para crear historias con marionetas hechas de
calcetines, con ojos de botones y pelos de lana. Nos juntábamos en un colchón
en el suelo, todos como cachorrillos y venía mi padre a achucharnos, y hacernos
cosquillas llamándonos “rascacios” y mordiéndonos la nariz, con esa boca
desdentada, ¡pero qué arte y qué gitano más gracioso era mi padre!, nos
moríamos de la risa y luego le pedíamos que nos contara un cuento. El favorito
de todos nosotros, el cuento de LA MARIQUILLA, que más de una vez he comentado que
lo escribiría y compartiría con vosotros.
Como
ahora ando con mi nieta, no tengo tiempo de crear nuevas crónicas. De todo lo
publicado, no rectifico ni un ápice de mis opiniones, ni sobre política, ni
sobre machismo, ni sobre actualidad de programas. De nada de lo que he
publicado hasta ahora me arrepiento, si en algún momento, de algo de lo que he
dicho, luego he tenido nuevos datos que me hicieran ver que estaba equivocada,
lo diría, pero repaso algunas de las crónicas, y sigo opinando lo mismo.
Entonces,
pa´ no repetirme, he decidido compartir el cuento de la Mariquilla en honor a
mi padre.
Como
sé que cuando hay muchas letras juntas os aburrís, esto va a ir por capítulos.
Yo, como la Lola Flores,
si me queréis, seguirme...
LA MARIQUILLA
“Érase una vez una niña
llamada Mariquilla, que vivía en un pueblo con su padre, el cual era viudo, y
tenían una buena casa, buena renta y un negocio floreciente.
Un
día la niña volvió del colegio a casa muy ilusionada, porque su maestra le había dicho que su padre estaba muy joven
todavía para estar solo y que podrían casarse.
El
padre, el pobre, no tenía ganas de jarana y le dijo a su hija que le dijese a
la maestra que no.
La
maestra, que también era viuda y tenía una hija, se había empecinado en el
viudo, así que le hacía a la chiquilla toda clase de mimos y regalos. Obligaba
a su hija a ser encantadora con la niña para que ésta convenciese a su padre,
pero el padre decía que no, que no tenía ganas de volver a casarse con nadie.
Pero
cada día la maestra le insistía a la pobre niña, y ésta volvía a su casa con el
soniquete de por qué no quería casarse con la maestra si era muy buena, si la
quería mucho, que así tendría una hermana con quien jugar y no estaría tan
sola, que si se portaba tan bien con ella…, hasta que un día el pobre padre,
que la veía tan ilusionada, le dijo: -“Mariquilla, dile a tu maestra que
cuelgue un zapato de hierro de la pared, y que cuando éste se rompa, yo me
casaré con ella”. El padre pensó que se había librado de la maestra, ya que creía
que eso nunca sucedería…
CONTINUARÁ …
No tardes mucho que ya estoy enganchá al cuento!!!
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