Y
seguimos para bingo…
Dicen
que nadie muere del todo siempre que alguien le recuerde.
“Cuando Mariquilla llegó al
palacio, todo iluminado, lleno de bailarines y personas vestidas de gala, se
sintió de pronto intimidada. Pensó: -“¿qué hago yo entre toda esta gente tan
bien ataviá?-. Ella no se veía lo
preciosísima que estaba, pero en cambio quien sí la vio fue el Príncipe, que
quedó extasiado mirando a esa joven tan exquisita y tan bellamente vestida.
Entonces se fue hacia ella, la invitó a bailar y ya no se separaron en toda la
noche.
La
gente murmuraba, porque claro, nadie sabía de dónde había salido esa chiquilla
tan bonita. Cuando estaba a punto de dar
las doce, Mariquilla recordó lo que le dijo el Hada Madrina y se despidió del
príncipe, corriendo se fue a la carroza y en una exhalación volvió a su casa,
justo cuando todo desapareció.
Entonces
se puso un pañuelo en la cabeza y se embadurnó la cara de ceniza para no llamar
la atención y se acostó.
Al
día siguiente la madrastra y su hija estuvieron comentando que quién sería la
muchacha tan encantadora que había bailado con el príncipe. Alabaron el vestido
tan precioso que llevaba y se burlaron de nuevo de Mariquilla. La semana pasó
en un suspiro. La
Mariquilla suspiraba por los rincones esperando que llegara
el sábado y temía que todo se quedara en un sueño.
Al
sábado siguiente, cuando la madrastra y su hija se fueron, apareció de nuevo el
Hada Madrina.
Mariquilla,
en su rincón, con los ojos muy abiertos, no daba crédito a lo que la anciana
traía. Era el vestido más maravilloso que nunca hubiese visto nadie.
Tenía
el color verde turquesa de los mares del Caribe. En su fondo estaban bordados
todos los peces del mar, con un colorido que parecía que nadaban por la falda.
Las enaguas eran de un encaje tan fino y maravilloso que parecía que la espuma
del mar le lamía los pies a la niña, y
en el corpiño las estrellas del mar se entrelazaban con corales realzando el
pecho y los hombros. La niña estaba espléndida. Era lo más bonito que nadie había
visto nunca. El Hada Madrina volvió a hacerle la misma recomendación: -“Mariquilla,
ya sabes, antes de que suene la última campanada de las doce, te quiero aquí”-.
Cuando
la niña llegó al baile, el Príncipe la estaba esperando ya muy ilusionado, y la
sacó a bailar. Estuvieron toda la noche juntos bailando y hablando.
Comenzaba
un romance y la niña estaba en una nube. Él le preguntaba por su casa y su
familia, pero ella sólo le podía decir que bailaran y no se preocuparan por
nada.
El
sueño más bonito del mundo era lo que estaba pasándole a la pobre Mariquilla,
después de tantos años de malos tratos y duro trabajo al que le sometía su
madrastra desde que murió su padre, y pensaba que si el príncipe la quería la
mitad de lo que ella ya lo amaba, sería la mujer más feliz del mundo.
En
un descuido del Príncipe y antes de comenzar las campanadas, Mariquilla empezó
a correr como alma que lleva el diablo y se montó en la carroza, llegando a su
casa con el tiempo justo de que todo se desvaneciera.
Durante
toda la semana, Mariquilla estuvo oyendo a su madrastra de quejarse, de que
vaya señorita más bella había conocido el príncipe, -“ no como tú, pedazo de
piojosa” Hermosa, bien vestida y
arreglada como una diosa. Nadie sabía de donde había salido y todo el mundo
andaba esperando el sábado siguiente para verla, porque sospechaban que el
príncipe se le declararía ese sábado.
Cuando
llegó el día, la madrastra y su hija, con mucho pesar porque sabían que ya no
tenían nada que hacer, se arreglaron y se fueron al baile.
Cuando
se hizo la luz y llegó el hada madrina al rincón donde estaba Mariquilla, ésta
no podía ni imaginarse qué clase de vestido le llevaría para esa noche. Los
ojos se le iban a salir de las orbitas cuando lo vio…”
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