Mis
padres tuvieron seis hijos, yo soy la segunda; los cuatro mayores nos criamos
casi juntos, y cuando ya íbamos solos al cine o a jugar a la Alameda, mi madre dice que
se aburría mucho y por eso encargó el quinto hijo. La sexta, “la mininilla”, dice que según el
médico era un fibroma y se terminó convirtiendo en un preñao
como la copa de un pino. La verdad es
que no me acuerdo mucho de aquella época, pasó todo muy rápido. Mi hermana la
mayor se acuerda mejor, aunque sólo me lleva dos años, pero es que de siempre
ha sido mucho más espabilada.
Cuando
nosotros éramos pequeños, mi madre nos llevaba al paseo marítimo para ver de
llegar los barcos con la pesca, o para ver el tiempo, junto con todas las
mujeres de los pescadores. Si hacía malo, los barcos volvían y esa noche mi padre
dormía en casa.
Y
entonces seguíamos con el cuento…
“La hermanastra se metió en
la gruta, persiguiendo las tripas que tenía que lavar y llegó al prado en
tromba, refunfuñando, y gritando como las locas se cayó de bruces. Comenzó a
andar pateando todas las flores hasta que llegó al claro y encontró a la
viejecita, sentada al sol en el mismo lugar, la cual le contó la misma historia
que a Mariquilla.
Pero
la energúmena ésta se puso a peinarla enredándole todo el pelo, tanto que
cuando terminó parecía que la viejita en vez de cabeza tenía un nido de
águilas, vamos, que parecía una gallina matá
a escobazos. Luego le dijo que tenía hambre y la niña le contestó que ella no
sabía cocinar. Bueno, le dijo la viejita, coge un cazo con un poco de leche y
disuelve un poco de harina, para hacerme unas gachas. La vieja pesó que no sería
difícil, pero la niña no había tocado un fogón en su vida y aquello salió como una
especie de engrudo que encima se le quemó, pero como ya las había hecho, la
obligó a comérselas. La pobre viejecita se puso a llorar y entonces se oyeron
los pasos de los ogros que llegaban retumbando la tierra y con los gritos de: -“MADRE,
HUELO A CARNE HUMANA, COMO NO ME DIGAS DONDE ESTÁ TE MATO”.
La
niña se horrorizó, y cagá de miedo,
se metió corriendo como un torbellino en la casa donde se escondió debajo de la
cama. La viejita le contó a sus hijos lo que le había hecho la niña y lo mal
que la había tratado y los ogros la llamaron para que saliera.
La
niña salió temblorosa, y entonces los ogros le dijeron: -“Como no te has
portado bien con nuestra madre, te vamos a dar dos dones que te seguirán toda
tu vida: cada vez que abras la boca e intentes hablar, de ella saldrán sapos,
culebras, ranas, gusanos y cochinillas”.
Y en la frente, en vez de un lucero, le salió un cuerno.
La
niña salió pitando de allí, tropezando, llorando y arañándose, se olvidó de las
tripas.
Llegó
a su casa hecha un adefesio y como pudo, le contó a su madre lo que le había
pasado, llorando y berreando y soltando bichos por la boca. Su madre, con los
ojos como platos, a duras penas entendía lo que la hija le estaba contando.
Cuando
la niña terminó, la madre, horrorizada, le ordenó que a partir de entonces se
hiciese pasar por muda y fue y le pegó una paliza a Mariquilla castigándola
otra vez sin comer por no haber dicho toda la verdad y haber engañado a su hija
de aquella forma.
Pasó
el tiempo y Mariquilla seguía con las faenas de la casa como siempre, andaba
limpiando la chimenea y con toda la cara llena de cenizas, ni le lucia el pelo
ni se le veía el lucero de la frente.
La
casa estaba cerca de un bosque, y un día pasó por allí el Príncipe montado a
caballo, que cansado de la cacería y con sed, se bajó del caballo y se fue
hacia Mariquilla, que estaba fuera de la casa haciendo la colada, para que le
diese un vaso de agua.
La
pobre chiquilla se enamoró del Príncipe en el momento en que lo vio, pero como
estaba cubierta de mugre y con los pelos tiesos de polvo, casi ni se atrevió a
mirarlo y el Príncipe, cuando bebió, se marchó sin apenas dirigirle la palabra,
dándole las gracias por el agua.
Pasaron
los días y el Rey publicó un bando en el que se hacía saber a todas las
doncellas casaderas del reino, que se las invitaba a un baile de gala, el cual
se celebraría en el castillo durante tres noches, al cabo de las cuales, el
Príncipe elegiría una doncella para que fuera su esposa.
La
pobre de Mariquilla no cabía en sí de gozo, pero la madrastra se rió de ella,
diciéndole que a dónde pensaba ir, con tanta mugre encima y sin un mal vestido
en condiciones que ponerse.
La
madrastra estaba pensando ya en conseguir que su hija se casase con el
príncipe, y para ello se dedicó a limarle todos los días el cuerno de la
frente. La niña chillaba como una berraca y la madre se llenaba de sapos y
bichos, por lo cual le dijo que si quería tener alguna oportunidad, tenía que
seguir haciéndose pasar por muda”.
Continuará…
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