Mi
madre nos metía a todos en su cama a esperar que mi padre cenara. Cuando
terminaba venía él y nos preguntaba: -“¿Por dónde nos quedamos la última vez?”-, y se armaba la marimorena, porque como sólo
era de vez en cuando, pues los pequeños se dormían antes y luego no se
acordaban, y hasta que nos poníamos de acuerdo era un chillerío. Luego, ya de mayores, teníamos los cuentos de Walt
Disney, y mis hijas han crecido viendo sus películas. Pero los cuentos de mi
padre eran únicos. Cada cierto tiempo le pedíamos el cuento de LA MARIQUILLA, que
sabíamos el día que lo empezaba, pero no cuándo lo terminaba. Haciendo un
ejercicio inmenso de memoria, creo que continuaba con así:
“Bueno, pues la madrastra y
su hija, después de reírse de ella, insultarla y mandarle una pechá de tareas se marcharon, dejándola
sola.
La
pobre de Mariquilla, lloraba y lloraba en un rincón, con tanta desesperación
que partía el alma. No tenía consuelo y era tanta su pena y desesperación que
no vio cómo se iluminaba el rincón donde yacía y aparecía una anciana con el
rostro más bonachón y cariñoso del mundo entero. La anciana le pasó la mano por
la cabeza y le preguntó:
-“¿Porque
lloras con tanta pena, Mariquilla?”- Y la niña le contestó:
-“Tengo
la posibilidad de ir al baile para estar con el hombre del que me he enamorado,
pero, ¿quién se va a fijar en mí?, ¡si soy un adefesio!. No tengo vestido que
ponerme y mi madrastra me hace trabajar tanto que no tengo fuerzas ni para
aguantar el pellejo. ¿Cómo voy a ir a ningún baile ni ná?, a ver ¿Quién me va a querer a mí?”-
La
viejecita le peguntó: -“¿y cuándo es ese baile al que quieres ir?”- La niña le
contestó: -“durante tres sábados seguidos a partir de éste. ¡Qué desgraciadita
soy!. Si viviese mi padre tendría algún consuelo. Con lo solita que estoy, ¿quién
se va a hacer cargo de mí?”-
Entonces
la anciana le dijo: -“No te aflijas Mariquilla, que yo soy tu Hada Madrina y
conseguiré que asistas a esos bailes”-.
Y
así lo hizo.
Cuando
llegó el primer sábado, la madrastra y su hija se acicalaron muy temprano y se
fueron al baile, mofándose de la pobre de Mariquilla, que estaba fregoteando el
suelo: -“Anda y termina, desgraciá,
que llevas todo el día y aún te quedan los trapos que recoger antes que caiga
la noche” - . Y con las mismas, se fueron.
Cuando
terminó de fregar toda reventá, la
pobre de la Mariquilla se fue a su
rincón y se hizo un ovillo llorando, sin acordarse ya de lo que le dijo la
anciana.
Pero
de repente sintió un resplandor y la anciana apareció y le dijo: -“No llores
Mariquilla. Déjalo todo en mis manos, pues esta noche acudirás al baile del
príncipe”.
Entonces,
moviendo una varita mágica, se hizo un remolino alrededor de Mariquilla y
apareció de repente una niña tan guapa que palideció el cielo al verla. Tenía
el pelo rubio y resplandecía como el trigo en verano y la piel tan blanca que
parecía de nácar, pero como la pobre había estado tan sucia siempre, nadie se
había dado cuenta.
Luego
el hada madrina le trajo un vestido que tenía el color del campo en primavera,
estaban bordadas todas las flores en su falda
con unos hilos tan finos, y parecían tan de verdad, que incluso
olían al rocío de la mañana. El corpiño
estaba bordado con racimos de margaritas que realzaban el pecho y el escote de
la niña, de tal forma que ella misma era una flor. La calzó con zapatos de
cristal. Hizo que una calabaza del campo se convirtiera en carroza y que dos
ratones del campo fuesen sus caballos. Y le dijo:
-“Mariquilla,
lo único que te pido es que recuerdes que antes que den las doce campanadas
tienes que volver a tu casa, porque el encantamiento desaparecerá”-
La
niña estaba como en una nube. Riendo y saltando, le dio las gracias a su Hada
Madrina y se fue al baile del palacio…
grande, muy grande
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