LA MARIQUILLA VIII
Pues parece ser que los nietos de mi padre, van a conocer
también este cuento, porque lo bonito, no es darlo a leer a los niños, sino
contárselo como mi padre nos lo contó a nosotros y así darle énfasis, cada uno
tendrá algo que aportar, digo yo.
Continuamos…
“Pasaron los meses y
Mariquilla se recuperaba poco a poco en la casa del buhonero. La niña tenía los
ojos cubiertos con una venda y como no podía moverse sola, se entretenía con
las cintas de lazo que sobraban en los carretes y que no vendía el buhonero.
Cada día practicaba haciendo manualidades como lazos y flores, que le quedaban
cada vez más bonitas. Cuando el buhonero se dio cuenta de la habilidad de la
niña, y como le daba pena dejarla tantas horas a solas, terminó proporcionándole
cintas de colores y se las clasificó diciéndole dónde estaba cada color. Llegó a hacer unas rosas muy bonitas y
comenzó a llevarlas para adornar el carro, pero es que de toda la mercancía que
llevaba en el carro, era la que cada vez mejor se vendía en el mercado, pues a
las señoras les encantaban y de esta manera, ayudaba al viejito con su
mantenimiento.
El
buhonero, aunque era muy pobre, la cuidaba bien, lo poco que tenía lo
compartían y así comenzaron a cogerse cariño. La niña fue mejorando poco a poco
y al cabo del tiempo le fue contando su triste historia, así se fue desahogando
y llorando todas las noches se quedaba dormida.
Entonces el buhonero pensó en ayudar a Mariquilla y para ello le dio
todos los lazos de color rosa que tenía y esperó hasta que tuvo bastantes
para un canasto lleno de flores. A la
semana siguiente, la única mercancía que llevaba era el carro cargado con la
cesta de flores y se fue por el pueblo pregonando “¡CAMBIO ROSAS POR OJOS!”. Pensó
que tal vez de esta forma tuviese suerte y encontrara los ojos de Mariquilla.
Y
así lo hizo. Todos los días se pateaba los mercados de los pueblos cercanos con
un canasto precioso de rosas hechas con
cintas y pregonaba “¡CAMBIO ROSAS POR OJOS!”. La gente cuando veía lo bonitas
que eran las rosas y que el buhonero no aceptaba dinero a cambio, sino sólo
ojos, salían corriendo a arrancarle los ojos a los gatos, a los perros y a
cualquier bicho que encontraban en el campo para cambiarlo por las flores. Así,
cuando el buhonero llegaba a su casa, le entregaba a la Mariquilla un cesto
lleno de ojos.
La
niña los enjuagaba y se los probaba. –“Estos no… Estos no… Estos no… Estos
no…”-
Al
otro día el buhonero salía para el mercado con su nueva carga de flores y la
niña se quedaba en la casa con la esperanza de que en algún momento el buhonero
encontrara sus ojos, y con esta ilusión seguía haciendo flores cada día más
bellas. Hasta el día en que el buhonero volvió todo triste, porque dedicándose
al empeño de encontrarle los ojos, se había quedado sin dinero, y así se lo
dijo a Mariquilla.
Entonces
la niña le dijo que no se preocupase, y metiéndose en su cuarto, sacó un peine
y se lo pasó por el pelo. Al momento tenía una bolsa llena de las perlas más
lindas que nunca se hubiesen visto, y dándosela al buhonero, le dijo que
comprase comida y todas las cintas que hiciesen falta.
Entonces
el viejo buhonero se puso a dar saltos
de alegría muy contento, porque mientras la niña estuviese con el, nunca iba a
pasar hambre.
Mientras
tanto, en el palacio, la madrastra se aburría. Como no era buena, se entretenía
en hacer trabajar a las criadas de palacio y les mandaba tantas obligaciones
que por la noche las pobres criadas caían derrengadas y la odiaban a muerte.
El
príncipe no amaba a su esposa, porque sabía que lo había engañado, y no le
hacía ningún caso; no la llevaba cuando iba de cacería, no se la presentaba a
sus amigos ni la sacaba a bailar cuando se celebraba alguna fiesta en palacio.
Pero
a ella no le importaba, ambas habían subido al máximo en el escalón social y no
pensaba renunciar a ello, aunque la única distracción fuera hacer trabajar
hasta reventar a las criadas.
Una
tarde estaba asomada a una ventana del palacio cuando vio pasar al buhonero,
que harto de no encontrar en el mercado lo que andaba buscando, decidió darse
una vuelta por el pueblo y los alrededores, oyéndole recitar su mercancía: “¡CAMBIO
ROSAS POR OJOS!”…
Continuará…
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