EL POR QUÉ DE ESTE BLOG

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Bueno, bueno, bueno, pues se explica en pocas palabras: ESTOY EN EL PARO.

Si, después de 34 años trabajando, ahora estoy en el paro y como la cosa me temo que va pa´ largo, pues tengo que fogá, ¿sabéis lo que es eso?, pues que necesito algo que hacer para quemar energía.

Trabajando en hostelería, tratas con todo tipo de personas al cabo del día, clientes y compañeros de trabajo, y si además la mayoría son mujeres, que somos muy charlatanas y llevamos muchos años trabajando juntas, filosofamos mucho de familia, noticias, arte, cultura, actualidad en general y cotilleos; pues eso es lo que me falta, compartir.

Cuando estoy cocinando con la radio puesta y me viene a la cabeza algo que creo es interesante y que podría compartir, lo escribo en el ordenador, y como me he apuntado al feisbuk, lo comparto con la corrala cibernética de familia y amigos.

Ahora me han dicho que sería interesante que hiciera un blog. Pues vamos a ello.

Advierto que son cosas mías, igual hay veces que se me va la olla, son cosas cortitas del día a día y los que me leen hasta ahora dicen que les hace gracia, sólo escribo cuando encuentro algo que me inspira y creo que se puede compartir.

SI ME QUERÉIS, SEGUIDME.

sábado, 26 de marzo de 2016

LA MARIQUILLA VIII



LA MARIQUILLA VIII


Pues parece ser que los nietos de mi padre, van a conocer también este cuento, porque lo bonito, no es darlo a leer a los niños, sino contárselo como mi padre nos lo contó a nosotros y así darle énfasis, cada uno tendrá algo que aportar, digo yo.

Continuamos…


Pasaron los meses y Mariquilla se recuperaba poco a poco en la casa del buhonero. La niña tenía los ojos cubiertos con una venda y como no podía moverse sola, se entretenía con las cintas de lazo que sobraban en los carretes y que no vendía el buhonero. Cada día practicaba haciendo manualidades como lazos y flores, que le quedaban cada vez más bonitas. Cuando el buhonero se dio cuenta de la habilidad de la niña, y como le daba pena dejarla tantas horas a solas, terminó proporcionándole cintas de colores y se las clasificó diciéndole dónde estaba cada color.  Llegó a hacer unas rosas muy bonitas y comenzó a llevarlas para adornar el carro, pero es que de toda la mercancía que llevaba en el carro, era la que cada vez mejor se vendía en el mercado, pues a las señoras les encantaban y de esta manera, ayudaba al viejito con su mantenimiento.

El buhonero, aunque era muy pobre, la cuidaba bien, lo poco que tenía lo compartían y así comenzaron a cogerse cariño. La niña fue mejorando poco a poco y al cabo del tiempo le fue contando su triste historia, así se fue desahogando y llorando todas las noches se quedaba dormida.  Entonces el buhonero pensó en ayudar a Mariquilla y para ello le dio todos los lazos de color rosa que tenía y esperó hasta que tuvo bastantes para  un canasto lleno de flores. A la semana siguiente, la única mercancía que llevaba era el carro cargado con la cesta de flores y se fue por el pueblo pregonando “¡CAMBIO ROSAS POR OJOS!”. Pensó que tal vez de esta forma tuviese suerte y encontrara los ojos de Mariquilla.

Y así lo hizo. Todos los días se pateaba los mercados de los pueblos cercanos con un canasto precioso de rosas  hechas con cintas y pregonaba “¡CAMBIO ROSAS POR OJOS!”. La gente cuando veía lo bonitas que eran las rosas y que el buhonero no aceptaba dinero a cambio, sino sólo ojos, salían corriendo a arrancarle los ojos a los gatos, a los perros y a cualquier bicho que encontraban en el campo para cambiarlo por las flores. Así, cuando el buhonero llegaba a su casa, le entregaba a la Mariquilla un cesto lleno de ojos.
La niña los enjuagaba y se los probaba. –“Estos no… Estos no… Estos no… Estos no…”-

Al otro día el buhonero salía para el mercado con su nueva carga de flores y la niña se quedaba en la casa con la esperanza de que en algún momento el buhonero encontrara sus ojos, y con esta ilusión seguía haciendo flores cada día más bellas. Hasta el día en que el buhonero volvió todo triste, porque dedicándose al empeño de encontrarle los ojos, se había quedado sin dinero, y así se lo dijo a Mariquilla.
Entonces la niña le dijo que no se preocupase, y metiéndose en su cuarto, sacó un peine y se lo pasó por el pelo. Al momento tenía una bolsa llena de las perlas más lindas que nunca se hubiesen visto, y dándosela al buhonero, le dijo que comprase comida y todas las cintas que hiciesen falta.
Entonces el viejo  buhonero se puso a dar saltos de alegría muy contento, porque mientras la niña estuviese con el, nunca iba a pasar hambre.

Mientras tanto, en el palacio, la madrastra se aburría. Como no era buena, se entretenía en hacer trabajar a las criadas de palacio y les mandaba tantas obligaciones que por la noche las pobres criadas caían derrengadas y la odiaban a muerte.

El príncipe no amaba a su esposa, porque sabía que lo había engañado, y no le hacía ningún caso; no la llevaba cuando iba de cacería, no se la presentaba a sus amigos ni la sacaba a bailar cuando se celebraba alguna fiesta en palacio.
Pero a ella no le importaba, ambas habían subido al máximo en el escalón social y no pensaba renunciar a ello, aunque la única distracción fuera hacer trabajar hasta reventar a las criadas.

Una tarde estaba asomada a una ventana del palacio cuando vio pasar al buhonero, que harto de no encontrar en el mercado lo que andaba buscando, decidió darse una vuelta por el pueblo y los alrededores, oyéndole recitar su mercancía: “¡CAMBIO ROSAS POR OJOS!”…

Continuará…



domingo, 20 de marzo de 2016

LA MARIQUILLA VII



Mi hermana la chica, que es la que ha estudiao una carrera, me pregunta: Paqui, cuéntame, ¿que feedback estás teniendo del cuento de papá?.
Pues que me he tenido que ir a San Googel y preguntar que significa la palabreja de marras que tanto usan estos directivos ahora, y significa “método de control de sistemas”. O sea que feedback quiere decir ¿que piensa la gente del cuento?, o sea, reacción, respuesta u opinión que nos da un interlocutor, en fino.
Pues algunos tengo enganchao, pero no se a cuantos, la verdad y después de este capítulo que no se si cuando mi padre nos lo contó, pasaría el filtro en pedagogía, no se, no se, pero en aquella época, si mi madre nunca le censuró como nos contaba el cuento, es que todo estaba bien. Estaré de psicólogo y no ma enterao. El pueblo que opine.
Continuamos.


Si los vestidos anteriores eran bonitos, éste los superaba. Era un vestido azul, oscuro como la noche, cuajado de las estrellas más brillantes, estrellas que formaban constelaciones por su cintura y su falda. La enagua era como una nebulosa que parecía que la sostenía cuando andaba, las estrellas brillaban por el corpiño y la luna le sostenía el vestido en un hombro. Parecía que el universo entero acompañara a Mariquilla al baile aquella noche. Iluminada como si estuviera en gracia de Dios, porque era una mujer enamorada. El Hada Madrina, le dijo lo mismo que las veces anteriores: -“Mariquilla, antes de las doce te quiero aquí”-.

 Aquella noche el Príncipe se decía que no la iba a perder de vista en toda la noche. Se había enamorado de ella por su belleza y porque tenía una dulzura en los ojos que le había cautivado. La pobre de Mariquilla en sus brazos estaba como en el séptimo cielo, pero no se relajaba.

El príncipe se preguntaba qué le pasaría y no se despegaba de ella. Las horas iban pasando y la pobre Mariquilla no veía el momento de echar a correr, pero el príncipe la atosigaba preguntándole que dónde vivía y ella no sabía cómo explicarle que era una criada en su propia casa. La niña no quería que la noche terminase nunca, pero cuando comenzaron a sonar las campanadas, echó a correr como alma que lleva el diablo. En su carrera, perdió uno de los zapatos de cristal.

El príncipe salió corriendo detrás de ella, pero no pudo alcanzarla, tan sólo recogió el zapato del suelo y se quedó muy triste mirando el sitio por donde la muchacha había desaparecido.

Cuando Mariquilla llegó a su casa, se topó con la madrastra, que la había estado buscando, y al no encontrarla,  la estaba esperando. Se había marchado antes del baile porque se aburrió de ver a la pareja bailar, sabiendo que no había esperanzas para su hija.

Cuando vio a Mariquilla llegar corriendo, aunque el vestido ya había desaparecido, aún le quedaba un zapato de cristal, y entonces, zorra como era, supo que ella era la chica del baile.

Aunque no sabía cómo, la niña se las había ingeniado para acudir los tres sábados al baile, ataviada como una princesa y ella no se había dado cuenta de nada. Se maldijo por haber estado tan ciega, y despechada, cogió a Mariquilla del pelo, y hecha una furia con un palo le dio una tremenda paliza, le sacó los ojos, la subió a un carro y la tiró en un vertedero de basura.

Mariquilla estuvo tres dias con sus tres noches tirá en el vertedero, penando y lamentando el día que quiso ser feliz.
Cuando pensaba que nadie la encontraría, oyó un tintineo de campanas y a alguien que cantaba una canción de la época que decía:  Del cielo cayó una breva, y te pegó en el ombligo, si llega a caer más abajo, se junta breva con higo, ole, ole y ole. Era un viejo  buhonero con su carro, de los que se dedicaban a ir de un cortijo a otro llevando lo que los aldeanos no podían comprar -al no haber tiendas cercanas-, como botones, aguja, hilos, cacharros de cocina y cualquier objeto que comprara en las ciudades y luego vendía en los pueblos pequeños y alejados. El buhonero, un hombre viejo y cansado de buen corazón, oyó quejarse a alguien en el montón de basura, y acercándose, vio que era la niña que decía con voz lastimera: -“Por favor, ayúdenme”-.

El pobre anciano no podía hacerse cargo de la niña, ni para curarla ni para alimentarla, pero le dio tanta penita que no pudo dejarla allí, así que la montó en el carro y se la llevó a su casa.

Mientras tanto, el príncipe fue casa por casa por el  pueblo probándoles el zapato a todas las doncellas que había en las casas. Cuando le llegó el turno a la madrastra, que se había quedado con el zapato de cristal, le preguntó: -¿para qué quieres probarle el zapato a todas las muchachas?”- Y él le contestó: -“Cuando encuentre a la muchacha que tiene el otro zapato de cristal, la haré mi esposa”-

Al día siguiente, la madrastra se presentó en el palacio ante el rey con el zapato de cristal en una mano y su hija en la otra,  y le pidió al rey que hiciese que el príncipe cumpliese su promesa.

Al mes siguiente el príncipe, aún sabiendo que le engañaban, - pero como era un caballero y había dado su palabra -,  se casó con la hija de la madrastra y ambas se fueron a vivir al palacio. Una vez celebrada la boda, el príncipe se quitó de en medio y se marchó a un pabellón de palacio, porque no podía ni mirar a la cara a las dos sinvergüenzas que se le habían colado en palacio. En su retiro, siguió buscando a la Mariquilla, y aunque le preguntó y le volvió a preguntar a la madrastra de dónde había sacado el zapato, ésta no soltaba prenda, y como la hija seguía haciéndose pasar por muda, pues no había manera y se frustraba el pobre cada día más…”

Continuará…


jueves, 17 de marzo de 2016

LA MARIQUILLA VI



Y seguimos para bingo…
Dicen que nadie muere del todo siempre que alguien le recuerde. 


Cuando Mariquilla llegó al palacio, todo iluminado, lleno de bailarines y personas vestidas de gala, se sintió de pronto intimidada. Pensó: -“¿qué hago yo entre toda esta gente tan bien ataviá?-. Ella no se veía lo preciosísima que estaba, pero en cambio quien sí la vio fue el Príncipe, que quedó extasiado mirando a esa joven tan exquisita y tan bellamente vestida. Entonces se fue hacia ella, la invitó a bailar y ya no se separaron en toda la noche.
La gente murmuraba, porque claro, nadie sabía de dónde había salido esa chiquilla tan bonita.  Cuando estaba a punto de dar las doce, Mariquilla recordó lo que le dijo el Hada Madrina y se despidió del príncipe, corriendo se fue a la carroza y en una exhalación volvió a su casa, justo cuando todo desapareció.

Entonces se puso un pañuelo en la cabeza y se embadurnó la cara de ceniza para no llamar la atención y se acostó.

Al día siguiente la madrastra y su hija estuvieron comentando que quién sería la muchacha tan encantadora que había bailado con el príncipe. Alabaron el vestido tan precioso que llevaba y se burlaron de nuevo de Mariquilla. La semana pasó en un suspiro. La Mariquilla suspiraba por los rincones esperando que llegara el sábado y temía que todo se quedara en un sueño.

Al sábado siguiente, cuando la madrastra y su hija se fueron, apareció de nuevo el Hada Madrina.

Mariquilla, en su rincón, con los ojos muy abiertos, no daba crédito a lo que la anciana traía. Era el vestido más maravilloso que nunca hubiese visto nadie.
Tenía el color verde turquesa de los mares del Caribe. En su fondo estaban bordados todos los peces del mar, con un colorido que parecía que nadaban por la falda. Las enaguas eran de un encaje tan fino y maravilloso que parecía que la espuma del mar le lamía los pies a la niña,  y en el corpiño las estrellas del mar se entrelazaban con corales realzando el pecho y los hombros. La niña estaba espléndida. Era lo más bonito que nadie había visto nunca. El Hada Madrina volvió a hacerle la misma recomendación: -“Mariquilla, ya sabes, antes de que suene la última campanada de las doce, te quiero aquí”-.

Cuando la niña llegó al baile, el Príncipe la estaba esperando ya muy ilusionado, y la sacó a bailar. Estuvieron toda la noche juntos bailando y hablando.

Comenzaba un romance y la niña estaba en una nube. Él le preguntaba por su casa y su familia, pero ella sólo le podía decir que bailaran y no se preocuparan por nada.

El sueño más bonito del mundo era lo que estaba pasándole a la pobre Mariquilla, después de tantos años de malos tratos y duro trabajo al que le sometía su madrastra desde que murió su padre, y pensaba que si el príncipe la quería la mitad de lo que ella ya lo amaba, sería la mujer más feliz del mundo.

En un descuido del Príncipe y antes de comenzar las campanadas, Mariquilla empezó a correr como alma que lleva el diablo y se montó en la carroza, llegando a su casa con el tiempo justo de que todo se desvaneciera.

Durante toda la semana, Mariquilla estuvo oyendo a su madrastra de quejarse, de que vaya señorita más bella había conocido el príncipe, -“ no como tú, pedazo de piojosa”  Hermosa, bien vestida y arreglada como una diosa. Nadie sabía de donde había salido y todo el mundo andaba esperando el sábado siguiente para verla, porque sospechaban que el príncipe se le declararía ese sábado.

Cuando llegó el día, la madrastra y su hija, con mucho pesar porque sabían que ya no tenían nada que hacer, se arreglaron y se fueron al baile.

Cuando se hizo la luz y llegó el hada madrina al rincón donde estaba Mariquilla, ésta no podía ni imaginarse qué clase de vestido le llevaría para esa noche. Los ojos se le iban a salir de las orbitas cuando lo vio…”




lunes, 14 de marzo de 2016

LA MARIQUILLA V




Mi madre nos metía a todos en su cama a esperar que mi padre cenara. Cuando terminaba venía él y nos preguntaba: -“¿Por dónde nos quedamos la última vez?”-,  y se armaba la marimorena, porque como sólo era de vez en cuando, pues los pequeños se dormían antes y luego no se acordaban, y hasta que nos poníamos de acuerdo era un chillerío. Luego, ya de mayores, teníamos los cuentos de Walt Disney, y mis hijas han crecido viendo sus películas. Pero los cuentos de mi padre eran únicos. Cada cierto tiempo le pedíamos el cuento de LA MARIQUILLA, que sabíamos el día que lo empezaba, pero no cuándo lo terminaba. Haciendo un ejercicio inmenso de memoria, creo que continuaba con así:

Bueno, pues la madrastra y su hija, después de reírse de ella, insultarla y mandarle una pechá de tareas se marcharon, dejándola sola.
La pobre de Mariquilla, lloraba y lloraba en un rincón, con tanta desesperación que partía el alma. No tenía consuelo y era tanta su pena y desesperación que no vio cómo se iluminaba el rincón donde yacía y aparecía una anciana con el rostro más bonachón y cariñoso del mundo entero. La anciana le pasó la mano por la cabeza y le preguntó:

-“¿Porque lloras con tanta pena, Mariquilla?”- Y la niña le contestó:

-“Tengo la posibilidad de ir al baile para estar con el hombre del que me he enamorado, pero, ¿quién se va a fijar en mí?, ¡si soy un adefesio!. No tengo vestido que ponerme y mi madrastra me hace trabajar tanto que no tengo fuerzas ni para aguantar el pellejo. ¿Cómo voy a ir a ningún baile ni ná?, a ver ¿Quién me va a querer a mí?”-

La viejecita le peguntó: -“¿y cuándo es ese baile al que quieres ir?”- La niña le contestó: -“durante tres sábados seguidos a partir de éste. ¡Qué desgraciadita soy!. Si viviese mi padre tendría algún consuelo. Con lo solita que estoy, ¿quién se va a hacer cargo de mí?”-

Entonces la anciana le dijo: -“No te aflijas Mariquilla, que yo soy tu Hada Madrina y conseguiré que asistas a esos bailes”-.

Y así lo hizo.

Cuando llegó el primer sábado, la madrastra y su hija se acicalaron muy temprano y se fueron al baile, mofándose de la pobre de Mariquilla, que estaba fregoteando el suelo: -“Anda y termina, desgraciá, que llevas todo el día y aún te quedan los trapos que recoger antes que caiga la noche” - . Y con las mismas, se fueron.

Cuando terminó de fregar toda reventá, la pobre de la  Mariquilla se fue a su rincón y se hizo un ovillo llorando, sin acordarse ya de lo que le dijo la anciana.
Pero de repente sintió un resplandor y la anciana apareció y le dijo: -“No llores Mariquilla. Déjalo todo en mis manos, pues esta noche acudirás al baile del príncipe”.

Entonces, moviendo una varita mágica, se hizo un remolino alrededor de Mariquilla y apareció de repente una niña tan guapa que palideció el cielo al verla. Tenía el pelo rubio y resplandecía como el trigo en verano y la piel tan blanca que parecía de nácar, pero como la pobre había estado tan sucia siempre, nadie se había dado cuenta.

Luego el hada madrina le trajo un vestido que tenía el color del campo en primavera, estaban bordadas todas las flores en su falda  con unos hilos tan finos, y parecían tan de verdad, que incluso olían  al rocío de la mañana. El corpiño estaba bordado con racimos de margaritas que realzaban el pecho y el escote de la niña, de tal forma que ella misma era una flor. La calzó con zapatos de cristal. Hizo que una calabaza del campo se convirtiera en carroza y que dos ratones del campo fuesen sus caballos. Y le dijo:

-“Mariquilla, lo único que te pido es que recuerdes que antes que den las doce campanadas tienes que volver a tu casa, porque el encantamiento desaparecerá”-


La niña estaba como en una nube. Riendo y saltando, le dio las gracias a su Hada Madrina y se fue al baile del palacio…

viernes, 11 de marzo de 2016

LA MARIQUILLA IV

Mis padres tuvieron seis hijos, yo soy la segunda; los cuatro mayores nos criamos casi juntos, y cuando ya íbamos solos al cine o a jugar a la Alameda, mi madre dice que se aburría mucho y por eso encargó el quinto hijo.  La sexta, “la mininilla”, dice que según el médico era un fibroma y se terminó convirtiendo  en un preñao como la copa de un pino.  La verdad es que no me acuerdo mucho de aquella época, pasó todo muy rápido. Mi hermana la mayor se acuerda mejor, aunque sólo me lleva dos años, pero es que de siempre ha sido mucho más espabilada.

Cuando nosotros éramos pequeños, mi madre nos llevaba al paseo marítimo para ver de llegar los barcos con la pesca, o para ver el tiempo, junto con todas las mujeres de los pescadores. Si hacía malo, los barcos volvían y esa noche mi padre dormía en casa.

Y entonces seguíamos con el cuento…


La hermanastra se metió en la gruta, persiguiendo las tripas que tenía que lavar y llegó al prado en tromba, refunfuñando, y gritando como las locas se cayó de bruces. Comenzó a andar pateando todas las flores hasta que llegó al claro y encontró a la viejecita, sentada al sol en el mismo lugar, la cual le contó la misma historia que a Mariquilla.

Pero la energúmena ésta se puso a peinarla enredándole todo el pelo, tanto que cuando terminó parecía que la viejita en vez de cabeza tenía un nido de águilas, vamos, que parecía una gallina matá a escobazos. Luego le dijo que tenía hambre y la niña le contestó que ella no sabía cocinar. Bueno, le dijo la viejita, coge un cazo con un poco de leche y disuelve un poco de harina, para hacerme unas gachas. La vieja pesó que no sería difícil, pero la niña no había tocado un fogón en su vida y aquello salió como una especie de engrudo que encima se le quemó, pero como ya las había hecho, la obligó a comérselas. La pobre viejecita se puso a llorar y entonces se oyeron los pasos de los ogros que llegaban retumbando la tierra y con los gritos de: -“MADRE, HUELO A CARNE HUMANA, COMO NO ME DIGAS DONDE ESTÁ TE MATO”.

La niña se horrorizó, y cagá de miedo, se metió corriendo como un torbellino en la casa donde se escondió debajo de la cama. La viejita le contó a sus hijos lo que le había hecho la niña y lo mal que la había tratado y los ogros la llamaron para que saliera.

La niña salió temblorosa, y entonces los ogros le dijeron: -“Como no te has portado bien con nuestra madre, te vamos a dar dos dones que te seguirán toda tu vida: cada vez que abras la boca e intentes hablar, de ella saldrán sapos, culebras, ranas, gusanos  y cochinillas”. Y en la frente, en vez de un lucero, le salió un cuerno.

La niña salió pitando de allí, tropezando, llorando y arañándose, se olvidó de las tripas.

Llegó a su casa hecha un adefesio y como pudo, le contó a su madre lo que le había pasado, llorando y berreando y soltando bichos por la boca. Su madre, con los ojos como platos, a duras penas entendía lo que la hija le estaba contando.

Cuando la niña terminó, la madre, horrorizada, le ordenó que a partir de entonces se hiciese pasar por muda y fue y le pegó una paliza a Mariquilla castigándola otra vez sin comer por no haber dicho toda la verdad y haber engañado a su hija de aquella forma.

Pasó el tiempo y Mariquilla seguía con las faenas de la casa como siempre, andaba limpiando la chimenea y con toda la cara llena de cenizas, ni le lucia el pelo ni se le veía el lucero de la frente.

La casa estaba cerca de un bosque, y un día pasó por allí el Príncipe montado a caballo, que cansado de la cacería y con sed, se bajó del caballo y se fue hacia Mariquilla, que estaba fuera de la casa haciendo la colada, para que le diese un vaso de agua.
La pobre chiquilla se enamoró del Príncipe en el momento en que lo vio, pero como estaba cubierta de mugre y con los pelos tiesos de polvo, casi ni se atrevió a mirarlo y el Príncipe, cuando bebió, se marchó sin apenas dirigirle la palabra, dándole las gracias por el agua. 

Pasaron los días y el Rey publicó un bando en el que se hacía saber a todas las doncellas casaderas del reino, que se las invitaba a un baile de gala, el cual se celebraría en el castillo durante tres noches, al cabo de las cuales, el Príncipe elegiría una doncella para que fuera su esposa.

La pobre de Mariquilla no cabía en sí de gozo, pero la madrastra se rió de ella, diciéndole que a dónde pensaba ir, con tanta mugre encima y sin un mal vestido en condiciones que ponerse.

La madrastra estaba pensando ya en conseguir que su hija se casase con el príncipe, y para ello se dedicó a limarle todos los días el cuerno de la frente. La niña chillaba como una berraca y la madre se llenaba de sapos y bichos, por lo cual le dijo que si quería tener alguna oportunidad, tenía que seguir haciéndose pasar por muda”. 



Continuará…

lunes, 7 de marzo de 2016

LA MARIQUILLA III

En invierno, los domingos después de comer, le pedíamos palos de recortes al carpintero al lado de mi casa, y con un torción hecho con un trapo, -que tenía que ser de algodón-, empapabas la mitad en aceite y se encendía una copa en la calle; primero un poco de carbón pa´ que aguantase, y luego los palos haciendo una pirámide, hasta que se prendía y quedaba el rescoldo, que había que tapar con ceniza pa´ que durara. Luego se ponía debajo de la mesa camilla, y cuando se iba el sol, sacábamos el Parchís mientras mi padre cenaba. Que había pequeños que no sabían contar, jugábamos a La Oca. Y cuando mi padre terminaba, le pedíamos que nos siguiera contando el cuento, mientras mi madre sacaba el punto y tejía un trajecito de primera postura, porque venía otro pequeño en camino. Y así seguía el cuento:




Mariquilla, que tenía tan buen corazón, se compadeció de la pobre viejecita y se metió en la casita, -que por cierto estaba de pena, con cacharros sucios por todos lados- y le preparó una sopa con todas las verduras que encontró por allí. Mientras se hacía la comida, puso un barreño de agua al sol, la lavó muy bien, la envolvió en una manta y lavó el vestido y lo colgó para que se secara al sol. Mientras el vestido se secaba, le dió de comer, y cuando terminó, se lió un trapo en la cabeza, porque temía que se le posara alguna tela de araña con inquilino incluido por el pelo, cogió trapo y escobón y se puso a limpiar, cantando una popular canción de la época que decía: “Tralará, tralará, tralará, la Pelá hizo unas gachas, para todas las muchachas, y a mí no me quiso dar, agarré la tranca y la hice de bailar, tralará, tralará, tralará”.

Y cantando le pegó un flete a la casita, que la dejó brillando como los chorros del oro.  Luego despiojó y peinó a la viejita con una larga trenza y le hizo un rodete, le puso el vestido limpito, y  cuando estaba bien arreglá se oyeron unos ruidos muy fuertes, como pisadas de una manada de toros, que venían hacía la casita. Entonces oyeron un vozarrón que decía:

-“MADRE, MADRE, HUELO A CARNE HUMANA FRESCA, COMO NO ME DIGAS DONDE ESTÁ TE MATO”.
-“MADRE, MADRE, HUELO A CARNE HUMANA FRESCA, COMO NO ME DIGAS DONDE ESTÁ TE MATO”.


La pobre viejecita le dijo a la niña que corriera a esconderse, porque sus dos hijos eran unos ogros, pero como la querían mucho, ella los calmaría.
La pobre Mariquilla entró en la casa temblando mientras la viejita les contaba a sus hijos, que eran dos ogros gigantes, todo lo que la bondadosa niña había hecho por ella: que la había lavado, peinado y dado de comer, exigiéndoles a sus hijos que no le hiciesen daño. Entonces los ogros pidieron a Mariquilla que saliese, porque cada uno de ellos le harían un regalo por haberse portado tan bien con su madre. ¿Y qué regalo era?,
pues uno le concedió el don de que cada vez que peinara sus cabellos, sus manos se llenarían de las perlas más brillantes y preciosisísimas del universo entero. Y el otro, tocándole la frente, le plantó un lucero que hacía que brillara su carita preciosa como si fuese una princesa india.

La niña cogió la canasta de tripas y bailando tan contenta, se volvió por donde había venido.
Cuando llegó a su casa, la madrastra la estaba esperando para, primero darle dos tortas y luego pegarle la bronca, - a ver, ¿dónde has estado, zaparrastrosa, que llevas fuera todo el día?- Entonces Mariquilla se puso a explicarle lo que le había pasado y la madrastra le dijo que no la creía, le embadurnó la cara con ceniza y riéndose de ella, le dió una  paliza y la mando a acostarse sin cenar.

Al otro día la madrastra le dijo a su hija - ¿Viste ayer cómo volvió Mariquilla? ¿Cómo le relucía el pelo y el brillo del lucero de la frente? Dice que fue por el río siguiendo una tripa que se le escapó.  -Anda, ve tú y haz lo mismo-. La hija, que era una consentida, más floja que un muelle de guita, mimada, que no había dado un palo al agua desde que su madre se casó, pataleó, refunfuñó y se quejó lo más grande, - “si digo, ahora voy yo a lavar tripas, que lo haga Mariquilla, que pa´ eso está”. Y su madre, para convencerla, le dijo: -“¿pero no ves que así vas a estar tan guapa como la Mariquilla?-, y como era una envidiosa, finalmente aceptó.

Allá que se fue refunfuñando la hija de la madrastra con el canasto de las tripas al río y se puso a limpiarlas, entonces se le escapó una y cuando fue a cogerla, se le escaparon todas, y hecha una furia salió corriendo a perseguirlas  río abajo hasta que entró en la gruta.


CONTINUARÁ…