EL POR QUÉ DE ESTE BLOG

EL POR QUÉ DE ESTE BLOG

Bueno, bueno, bueno, pues se explica en pocas palabras: ESTOY EN EL PARO.

Si, después de 34 años trabajando, ahora estoy en el paro y como la cosa me temo que va pa´ largo, pues tengo que fogá, ¿sabéis lo que es eso?, pues que necesito algo que hacer para quemar energía.

Trabajando en hostelería, tratas con todo tipo de personas al cabo del día, clientes y compañeros de trabajo, y si además la mayoría son mujeres, que somos muy charlatanas y llevamos muchos años trabajando juntas, filosofamos mucho de familia, noticias, arte, cultura, actualidad en general y cotilleos; pues eso es lo que me falta, compartir.

Cuando estoy cocinando con la radio puesta y me viene a la cabeza algo que creo es interesante y que podría compartir, lo escribo en el ordenador, y como me he apuntado al feisbuk, lo comparto con la corrala cibernética de familia y amigos.

Ahora me han dicho que sería interesante que hiciera un blog. Pues vamos a ello.

Advierto que son cosas mías, igual hay veces que se me va la olla, son cosas cortitas del día a día y los que me leen hasta ahora dicen que les hace gracia, sólo escribo cuando encuentro algo que me inspira y creo que se puede compartir.

SI ME QUERÉIS, SEGUIDME.

domingo, 29 de septiembre de 2013

MIEDO A LAS TORMENTAS

Primero el fogonazo y luego el trallazo. Cuando vienen estas tormentas de noche, me acuerdo de cuando yo era chica en la casa vieja de la playa y pegaba nuestra vecina Mariquita, que llegaba toa asustá, con la manta por encima de la cabeza como un espanto, a refugiarse en mi casa. Luego hacia una cruz de sal en la mesa redonda del portal y se ponía a rezarle a Santa Bárbara Bendita hasta que pasaba la tormenta.

Mientras tanto, para nosotros aquello era una fiesta, porque no había tele ni ná y en invierno oscurecía muy pronto y nos reuníamos alrededor de la mesa camilla con la copa de carbón, que se encendía a media tarde y se tapaba con ceniza pa´ que no se quemara muy rápido y durara lo más posible. De vez en cuando mi padre decía: -“niña remueve la copa que ya no calienta”- y le dábamos con una espumadera metálica. Entonces venían las historias, María y mi padre se ponían a recordar tiempos antiguos y hablaban de personas que ya no estaban o que habían muerto cuando la guerra. Estas conversaciones siempre empezaban con las palabras “antiguamente” y “cuando la guerra”. –“Ricardo, ¿tú te acuerdas cuando la guerra? , ¿ y tú Salvadora, te acuerdas?”-, porque al ser mi madre más joven, tenía recuerdos vagos de que su padre se los llevó a todos desde la calle Lobatas, donde vivían, a las cuevas de Puerto Rico alto. Su padre bajaba de la montaña de vez en cuando a recoger alimentos e información,  y cuando veían pasar los aviones, los chiquillos salían gritando y señalando al cielo, mientras las madres, asustaítas las pobres, los metían corriendo pa´ dentro. Mariquita decía que ellos se fueron por los caminos y que en su huida perdieron a muchos parientes y amigos, que habían visto muchos muertos en las veredas y que pasaron mucha hambre.

Pa´ quitarnos el miedo a las tormentas, mi padre abría la puerta de la calle de par en par y decía “deja que entre la gracia de Dios” y a cada trueno bailaba y se reía haciendo bromas pa´ quitarnos el susto. Nosotros, como pollitos, le preguntábamos si en la casa podía caer un rayo y él nos decía que no, porque el edificio justo detrás, Valdecantos, que él ayudó a construir en sus principios, tenía pararrayos y nos protegía. También nos decía que los muros de la casa eran de metro y medio de ancho y al estar encajonada entre la carpintería y los almacenes, nunca se derrumbaría y así nos entretenía hasta que pasaba la tormenta.

Desde siempre nos gustan las historias, los cuentos, las anécdotas, y ahora los más jóvenes nos preguntan y quieren saber cómo vivíamos en nuestra juventud. Veo que no ha cambiado tanto la curiosidad por lo antiguo, porque sólo el hecho de tener un grifo dentro de la casa y que salga toda el agua limpia que nos apetezca es una gozada, pero si les cuentas que de chica tenías que ir a por agua a la fuente y acarrearla a una pila, creen que eso es muy entretenío y piensan que les hubiese gustado vivir aquella época, -pero no sueltan de la mano el móvil y andan tó el día enganchás al wasap-.

Si, es verdad que cuando yo era chica y llegábamos todos del colegio, mi madre nos mandaba a jugar a la calle, -porque los niños alborotando dentro de la casa son un incordio-, pero también crecimos con muchas obligaciones y responsabilidades. La más grande era que tenías que cuidar de tus hermanos más pequeños y tu madre te lo tenía bien advertío, -“procura que a tus hermanos pequeños no les pase ná”-.
Mi hermana la mayor siempre cuenta cómo la dejó mi madre sola en la casa un día de verano, con seis o siete años, cuidando de mí, de unos cuatro años y de mi hermano, de un año y medio, y vino una amiga a buscarla para jugar en el puerto. Se negó y se negó porque nos tenía que cuidar, pero al final la otra la convenció, así que nos cogió a los dos y nos dejó en la playa debajo de una barca a la sombra, se fue a coger cangrejos al muelle y se le fue el santo al cielo. Entretenía como estaba, no vio venir a mi madre, sólo sintió que la cabeza casi se la saca con los tirones de las trenzas. Entonces vio que mi hermano estaba al sol ligero hartándose de comer arena, lleno de mocos y rojo casi pa´ explotar. Por poco la mata mi madre… y así aprendimos responsabilidad. A partir de ahí, la mayor nos enseñaba a escobazos que no le pisáramos cuando fregaba, que no nos fuéramos lejos cuando mamá nos lo tenía advertío… Ella se pasó toda la infancia soñando con ser hija única y nosotros rezando pa´ que viniera Herodes.


lunes, 23 de septiembre de 2013

ESTAMOS DE OBRAS

Pues eso, que mi hija está reformando un cuarto de baño y el padre, o sea, mi marido, es el maestro de obras-albañil, y el resto unos pringaos que no sabemos ni entendemos ná de ná.

No sé por qué se empeña en mandarnos al Leroy Merlin ese, que es el  coto reservado para los hombres manitas, que se quedan extasiados y trasmutan cuando ven tanto chismito de tornillitos, tuercas, maderas cortadas y pasillos interminables llenos de cachivaches, que parece que están en orden, pero que las mujeres como yo, que tienen un esposo apañao y nunca han tenido que manejar un tornillo ni un clavo, se pierden en sus estantes.

No es mi terreno, lo reconozco, pero tampoco es para que el dependiente de turno me mire de arriba abajo como si fuese una polilla y pensara: -“ya está aquí la gorda de turno mareándome”-, porque le pregunto por un plato de ducha y me manda a un folleto clavado en la pared, donde están medidas, formatos, texturas, y “apáñeselas como pueda, que me voy a coleguear con los hombres, que son los que valen”. Y no tengo más remedio que preguntar, porque hay materiales nuevos y precios muy dispares entre sí y como nos presentemos con el que no es el apropiado, ¡arde Troya!, porque mi marío apañao, es apañao, pero también es un terrorista verbal.

Menos mal que dimos con una chica, que muy atenta nos explicó que los de cerámica, con un golpe fuerte, se descascarillan y los de textura moderna no le sirven a las forofas del Volvone o el amoníaco superpotente que lo arrastra tó -y creo que en la vejez tendremos los pulmones abrasaos, no ya del tabaco, porque lo dejé, sino del amoníaco, por relimpias-.

Vaya, esto me pasa a mí porque no me quiero meter en el terreno del macho alfa de la manada, porque igual que en todo lo que me interesa, me informo y me pongo al día en un plis plas. Pero pa qué, si no merece la pena, porque pensando, pensando… ¿qué más me da a mí si los machos alfa de la manada tienen un Leroy Merlin y un Ikea en su vida?, si yo con un guarrito en la mano o haciendo mezcla… como que no me veo.


Pues eso, que me tendré que ajustar a dar viajes de ayudante del jefe de obras, qué le vamos a hacer,- pero que el dependiente del Leroy me lo va a comer con cucharilla de plástico como yo tenga que dar muchos viajes-.

lunes, 9 de septiembre de 2013

SEPTIEMBRE


Olé, olé y olé. Otro mes DIVINO que comienza en el calendario.
Tengo que dar las gracias a tantas personas que leen mis crónicas y me animan a seguir, porque iba a seguir con la tónica de “por fin 3.000 visitas” y cuando miré el contador me había saltado las 3.000 y las 4.000 visitas. Si seguimos así, a ver si algún famosillo en la tertulia dice que de lectura fácil del verano ha tenido mis crónicas y llegamos a las 5.000 rápido. Así que a compartir, compartir, compartir, -si os gustan claro-, porque cuando alcance las 5.000 visitas dice mi editora que me regala un osito de peluche -y a lo mejor hasta me contratan para tertuliana en algún sitio-.

A lo que vamos, agosto es para los turistas y ha sido intensísimo. Me encanta Marbella, nací en Marbella, ejerzo de Marbellera y me emociono con todo lo que pasa en mi ciudad. Cuando paseo por el centro y veo sólo caras amables en las gentes que comen a dos carrillos los churros y no hace falta que te metan la carta en la cara para que te sientes, como en otras ciudades, sino que hay cola de gente esperando, veo que este mes de agosto se ha triunfado en los restaurantes. Pero como dice mi marido, -“pues ahora vas y les preguntas y seguro que no han ganao ná, tó son pérdidas”-.

Paso andando por el centro, me recorro el casco antiguo por las tardes-noches y el ambiente de los primeros días, se convierte en pesadilla cuando llevas ya veinte días de tropezones, chocazos, sudor, olores compartidos y pasillos entre mesas…, pero hay que tener paciencia y por favor, AL TURISTA UNA SONRISA, porque bueno, Agosto es así, pero sólo es un mes al año y nos quedan otros once.

Durante este mes los que vivimos aquí todo el año también hemos salido y hemos comido fuera, y aunque entre medio de tanta mar sólo somos una gota,  somos la gota que vive aquí todo el año, y si este mes algunos bares, al olor de la marea, ha subido precios y bajado calidad, lo hemos visto. El que ha mantenido la calidad -e incluso la ha subido- y ha mantenido los mismos precios, que nos siga esperando este invierno, pero los otros, espero que hayan ahorrado, porque se van a comer las patas como los pulpos esperando a que esta menda vuelva.

Y por fin Septiembre. Si alguien piensa venir a Marbella de vacaciones, es el mejor mes. El agua del mar está calentita, los higos maduran con el tarot y las familias con niños se marchan a preparar el curso de invierno. Según dicen, los baños de este mes son los mejores para prevenir y combatir los resfriados de invierno.

Los que nos quedamos recuperamos nuestra ciudad y sólo nos falta un buen chaparrón para limpiar la atmósfera del polvo y la polución de tanto coche agostero.

Así que ya sabéis, los que aún no habéis pensado a dónde ir en septiembre y aún os quedan vacaciones, venid a Marbella, que es un paraíso todos los meses del año, y como en septiembre también hay ferias y conciertos en la zona, ya a precios populares -como los de la Luna Mora de  Guaro-, a disfrutar de este mes… y a seguir con la actualidad. Así vemos cómo los pescadores de la bahía de Cádiz se tendrán que tirar al mar y sacar, aunque sea con los dientes, las moles que les pusieron los ingleses para poder volver a sus caladeros de pesca, mientras los políticos, -como siempre-, no se ponen de acuerdo. Pues eso,  habrá que ir sacando las moles aunque sea con los dientes. También seguiremos las peripecias del niño del Paquirrin, que me tiene muy preocupada, porque la ex-parejita no se pone de acuerdo y tienen al pobre infante de pin y pon, aunque ya se encarga la primera cadena de TV, -que pagamos entre todos-, de que sus padres estén en el candelero de rabiosa actualidad pa ganar mucho dinerito y que a ese niño no le falte ni gloria, ¡¡ por Diooooooooosssssss!!. Y también estaremos pendientes del curso escolar, porque ¡cuánta incultura, Dios mío!, que los pobres niños andaluces no puedan ir al colegio por falta de material. Pa´ eso estamos los padres, pa´ proporcionar libretas y lápices, que tienen que estudiar mucho y servimos de ejemplo entrando a robarlas en el Carrefour. Ahí, con dos cojones. Luego le damos una guantá que le da dos vueltas la cabeza cuando el infante nos manda a tomar por el c… y le decimos aquello de: “¿y eso es lo que te enseñan en el colegio?, ya iré yo a hablar con la maestra”. Si es que no tenemos remedio…

Seguimos en contacto…si queréis.






martes, 3 de septiembre de 2013

CRÓNICA DE UNA GORDA QUE NUNCA QUISO SERLO -III-

En mi adolescencia pasé un verano entero trabajando en la heladería del paseo marítimo, junto a la casa vieja donde nací. Sin descansar ni un sólo día, pero no me importaba, había mucho ambiente, -la gente de veraneo suele estar relajada y es muy divertida-, y estar hasta las tres o las cuatro de la madrugada en verano, en la calle, con 15 años, era suficiente aliciente para mí. Aquel verano fregaba platos.

El verano siguiente volví a trabajar allí y pasé a servir helados en la barra. Igual, no salí en todo el verano, no sabía si era lunes o viernes o domingo. Aprendí a preparar copas de helados con nata montada, batidos especiales, café y long drinks. Notaba el cambio de los días por quincena, que era cuando cambiaban las caras de los veraneantes.  Hacía dieta y mis amigas venían a verme de vez en cuando.

Ese verano hice un cambio espectacular. Creo que no me di cuenta porque trabajaba muchas horas. Cuando era la hora de comer o de cenar, me escapaba en un salto a mi casa y mi madre me tenía preparado un plato con tomates picados y un huevo duro. Casi no veía a mi familia y volvía al trabajo. Pero poco a poco me daba cuenta que la gente me miraba, remiraba, volvía a mirar y comentaban lo guapa que era. De repente tenía caderas, estómago plano… ¡y me veía el kiwi!.

Cuando ese invierno volví a salir con mis amigas de discoteca, no me reconocían. Los mismos que me ponían de gorda a los quince años, ahora a los diecisiete me los tenía que despegar como lapas.
No me volví loca, tonta, presumía ni idiota porque los demás me vieran guapa, yo no era –ni soy- así, sólo pretendía sentirme bien en mi cuerpo y no tener que usar más la faja ni sentir que el estómago me aprieta la cintura. Pero claro, a mi edad y con dos embarazos y la menopausia, me cuesta cada vez más, -pero estamos en ello-.

Pero es que cada vez que mi marido me dice: -“niña, vamos a tomar una cervecilla”-, me puede. Soy débil, lo sé. Y mira que cuando me conoció, yo era espectacular, tan espectacular que fue el único que se atrevió a salir conmigo, porque era realmente guapa, ¿verdad?

Él, de joven, era futbolista y tiene un físico al que no le cuesta nada mantener en forma, y claro, aún no sabe por qué en aquella época yo sólo bebía tónica y nunca tapeaba en los bares.

Mi madre se encargó de romper todas mis fotos desde los catorce a los diecisiete años.