A
ver, a ver, igual este cuento está escrito de antiguo, porque mi padre sabía
leer y como a sus hermanas no las enseñaron, “en el año de la hambre”, término
que definía la juventud de ellos, a cambio de una batata cocida, por las noches
él les leía a sus hermanas novelas, e igual mezcló historias y es de donde pudo
salir este cuento.
Anyway, como diría mi amiga, el
caso es que allí estábamos todos como pollitos, esperando el domingo, que no se
iba a pescar, pa´ que continuara con el cuento.
Entre
chillidos, hasta ponernos de acuerdo dónde lo había dejado, porque claro, el
caso era entretener, relajar y dormir, y para captar toda nuestra atención
hacía un relato escatológico y gamberro a más no poder, para hacernos reír, asquearnos,
asustarnos y que no nos aburriéramos.
Bueno,
pues continuamos con el cuento.
"Pasaba el tiempo y la maestra veía que aquello no funcionaba, aquel zapato no se caía
ni pa´ Dios, y zorra como era, tuvo que
ingeniárselas, porque si no, se veía vistiendo santos. Así que cada noche,
cuando nadie la veía, echaba su orina en el zapato (mi padre hubiera dicho “se
meaba en el zapato”, pero yo que soy una señorita fina…). Que mondaba verduras,
pues esperaba que estuviesen podridas y
las echaba al zapato. Que quedaban restos de comida rancios, ¡al zapato!
y poco a poco llegó el día que el zapato, oxidao
de tanta… mierda, se rompió.
Aquel
día la maestra volvió corriendo como loca a la casa de Mariquilla con el zapato
roto en la mano, y el pobre hombre, que había dado su palabra, no tuvo más
remedio que casarse con la maestra.
La
boda se celebró y la maestra dejó de trabajar, yéndose con su hija a vivir con
ellos.
Al
poco tiempo, el pobre padre, - alguna maldad le haría la zorra de la mujer -, enfermó y
murió, dejando a Mariquilla sola con la
madrastra. A ésta le faltó tiempo para, rápidamente, ponerla de criada de la casa.
La
madrastra la tenia fregando, barriendo, tendiendo la colada…, todo, todo, en su propia casa. Y así fueron pasando los
años. Mariquilla se convirtió en una muchacha muy bonita, pero como estaba
siempre llena de hollín y mugre, no se apreciaba.
Un
día la madrastra la mandó al riachuelo a lavar tripas de cerdo, pues habían
hecho una matanza: -“Te dejo encargao
que no se te ocurra volver sin una sola de las tripas que llevas en el barreño,
las he contao y al volver las volveré
a contar, como te falte alguna te doy pal´ pelo”.
La
niña le tenía más miedo a la madrastra que a siete viejas, así que se puso a
lavar las tripas en el río, el cual, como había llovido mucho, llevaba bastante
caudal y se le escapó una. Temiéndole a la madrastra, se fue corriendo detrás
de ella río abajo y cuando el río se metió en una gruta, ella no dudó en
seguirlo y al salir, se encontró en un prado, donde por fin alcanzó la tripa.
Se quedó mirando el prado, que le pareció precioso, con muchas flores y siguió
el camino entretenida, recogiendo flores y sintiéndose muy feliz.
Al
cabo de un rato llegó a un claro donde había una casita, se acercó con mucho
cuidado y vio a una viejecita que estaba sentada en una silla al sol, muy
triste y sola. Mariquilla, que era una jovencita muy noble, al verla llorar se
le acercó y le preguntó suavemente: -“¿Por qué lloras?”, -“Porque mis hijos se
han ido dejándome solita. Tengo hambre y como estoy ciega, no puedo hacerme de
comer”.
CONTINUARÁ
…