La
otra tarde, paseando con mi hermana la chica y su hija, de siete años, andábamos entretenías conversando, y esta nueva generación de niños, que son
muy expresivos hablando, -será porque son niños deseados y se les presta
bastante atención-, bueno, pues no sé en qué momento la pequeña entró en
conversación con su madre, o bien pidiéndole algo o bien intentando convencerla
para llevarla a su terreno, y yo intervine en la conversación, sólo para reafirmar
algo que la madre le había dicho. Realmente el tema no tendría más importancia
si la pequeña no hubiese cerrado los puños, encogido su cuerpecillo y con los
dientecillos apretaos me dijo: “oh, cállate,
por qué te metes, esto no va contigo” -. Entonces la madre, ante la cara de
sorpresa que puso la niña al oír mi respuesta, sin perder la sonrisa, le dijo: -
“no contestes así y no tendrás que escuchar respuestas como esa”-, porque yo le
repliqué: -“eres una mona enterá y
tendrás que crecer un poco más antes de mandarme a callar, chula, que eres una
chula”-. Nos sonreímos y seguimos paseando como si tal cosa.
Qué
pasa, que reflexionando en la manera en que la niña se expresó, recuerdo la
cantidad de veces que hemos callado nosotras cuando éramos de su edad, con
tanta norma de: “a los mayores no se les contesta”. Si ibas con una queja a tu
madre, porque alguna persona mayor te había dicho una grosería, mi madre decía,
“a los mayores se les respeta y no se les contesta” y tu apretabas los dientes
y replicabas, y tu madre te decía: -“que te calles”, “mando yo”, “porque yo lo
digo”, “porque lo digo yo, te callas y a los mayores no se les contesta y si una
persona mayor te manda a por tabaco o a algún recao, le obedeces sin rechistar” y había quien incluso soltaba un
sopapo al niño que replicara, que todavía le debe estar vibrando el tímpano.
Cuando
de pequeñas -hablo de nueve a once años- íbamos solas con amigas al cine en
verano, rara era la vez que no se nos ponía un tío con el rabo pegao a la espalda y te callabas por
vergüenza. Jamás pensé en decirle nada a mi madre, puesto que era un adulto
quien lo hacía, pero cuando salía el tema entre las niñas, -porque a otras
amigas también se lo hacían-, mi hermana se ponía detrás mía en la cola y le
hincaba con toda sus fuerzas los codos hacia atrás al acosador de niñas, que
luego se mantenía alejado una temporada. No sé si porque me crié gordita, era
un imán para estos tíos. Lo podías sentir en una cola del cine o en una
procesión, en una feria… siempre que había barullo y la gente se apretaba,
había un tío que le colocaba
un rabo a una niña en la espalda. Una
vez, incluso en el cine, viendo una película de Tarzán, un individuo se me puso
a decir obscenidades. Yo no sabía qué hacer, me quería morir, pero mi hermana, que
estaba en la fila de detrás y se dio cuenta, se puso en pié y lo floreó diciéndole que si no se daba
cuenta de que yo era una niña y que era un guarro, ¡pero a grito pelao! y el tío se fue del cine para que
no lo avergonzara más. Ningún adulto se levantó para increpar al tipo o para ver
qué estaba pasando, todo el mundo miraba al hombre, pero nadie decía nada. Tampoco
se lo dijimos a mi madre, porque a las personas mayores había que respetarlas y
todo era “cállate, no digas nada, si eres una niña buena callarás y respetarás
a los mayores”, y aunque te morías de vergüenza y sabías que te estaban
humillando, callabas, porque a los mayores había que respetarlos aunque ellos
nos perdieran el respeto continuamente, porque los niños éramos un estorbo casi
en todas partes y mientras crecíamos recibíamos una atención mínima, porque
rápidamente nos echaban a la calle a jugar y si hablaban cosas de mayores, te
espantaban diciendo “cuidado, que hay ropa tendía”. Así que no es de extrañar
que con doce y trece años ya entrabas en la edad adulta y con catorce, ya te
dejaba tu madre pintarte los labios, y si a los dieciséis no tenías novio,
prácticamente eras una polletona. Así
que las niñas de mi generación crecimos rápido, muy rápido, súper rápido, pa´
podernos defender, como personas mayores.
hay que enseñar a respetar sin dejarse humillar
ResponderEliminarMe imagino a Maria defendiendote con la misma energia que arrolladora que tiene ahora.Genio y figura. Tienes razón ahora importa la opinión de un niño.
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