EL POR QUÉ DE ESTE BLOG

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Bueno, bueno, bueno, pues se explica en pocas palabras: ESTOY EN EL PARO.

Si, después de 34 años trabajando, ahora estoy en el paro y como la cosa me temo que va pa´ largo, pues tengo que fogá, ¿sabéis lo que es eso?, pues que necesito algo que hacer para quemar energía.

Trabajando en hostelería, tratas con todo tipo de personas al cabo del día, clientes y compañeros de trabajo, y si además la mayoría son mujeres, que somos muy charlatanas y llevamos muchos años trabajando juntas, filosofamos mucho de familia, noticias, arte, cultura, actualidad en general y cotilleos; pues eso es lo que me falta, compartir.

Cuando estoy cocinando con la radio puesta y me viene a la cabeza algo que creo es interesante y que podría compartir, lo escribo en el ordenador, y como me he apuntado al feisbuk, lo comparto con la corrala cibernética de familia y amigos.

Ahora me han dicho que sería interesante que hiciera un blog. Pues vamos a ello.

Advierto que son cosas mías, igual hay veces que se me va la olla, son cosas cortitas del día a día y los que me leen hasta ahora dicen que les hace gracia, sólo escribo cuando encuentro algo que me inspira y creo que se puede compartir.

SI ME QUERÉIS, SEGUIDME.

jueves, 10 de octubre de 2013

APRENDIENDO A COCINAR

Toda nuestra vida ha girado siempre alrededor de mi madre, mi familia es un matriarcado. Somos seis hermanos y ella nos sigue moviendo como marionetas, a pesar de lo viejos que somos ya. No saltamos en la medida en la que lo hacíamos antes, porque somos adultos y tenemos nuestras obligaciones, pero intentarlo, lo intenta.

Cuando yo era chica, como soy la segunda -y ya he dicho en anteriores crónicas que era muy tranquila-, mi madre me tenía de apoyo para la casa,  y a la mayor, que siempre ha sido más bichillo y rebelde, la puso a  trabajar en cuanto tuvo edad, pa´ ayudar a mantener a la tropa.

Cuando mi madre se encontraba mal y se quedaba en cama, -casi siempre por un mal preñao-, y es que pasaba unos embarazos malísimos, me decía: -“Paqui tráete la cacerola, que hoy vas a poner tu las lentejas, que yo no tengo cuerpo, pero va a venir tu padre y no va a estar la comida lista”-. Le acercaba la  cacerola a la cama y me decía: -“La pones de agua hasta aquí y me traes el aceite”-, me indicaba cuánto aceite, medio tomate, medio pimiento, media cebolla, una cabeza de ajo quemá, un chorizo, una hoja de laurel y la sal se la ponía ella. Luego se añadía o bien patatas o bien arroz, dependiendo de lo aguachirná que salieran. Las lentejas las vendían a granel y se compraban en cartuchos de papel, y había que espulgarlas porque venían sucias de piedrecillas, palitos, arvejas… Al principio le preguntaba a mi madre: -“mamá, ¿esto es una lenteja o una arveja?”, hasta que aprendí a conocerlas y las iba quitando.

Según me iba haciendo mayor, -y ella seguía trayendo niños al mundo-, me enseñaba a cocinar cosas más complejas. Si había que hacer un refrito pa´ los fideos guisaos ya era más complicado, porque hablo de que yo tendría unos diez o doce años y al principio eran guisos como lentejas o patatas, pero nada de fritos, no me fuese a quemar con el aceite. Todas las legumbres en general había que limpiarlas, porque venían en sacos a granel y traían ramillas o piedrecillas. La mayoría de las comidas en aquella época eran o guisos o cocidos de olla, según temporada. Si te comes un guiso de fideos en verano no sabe igual que en invierno, porque la verdura de invernadero no sabe igual, no es lo mismo. Así aprendí mis primeros conocimientos de cocina, por necesidad y obligación, que es la manera en que mejor se te quedan las cosas.

Muchos días mi madre me dejaba sin colegio porque no se encontraba bien y necesitaba a alguien en casa que le ayudase con los mandaos, la comida, la limpieza… y a mí que los libros me traían de cabeza, que no me gustaba estudiar, vaya, prefería quedarme en casa y ayudarla, porque cuando tenía que estudiar para un examen, siempre me dolía la cabeza. Mi madre me llevó una pechá de veces al oculista y no tenía nada. En cambio cuando explicaba el profesor una lección, se me quedaba fijo. Todavía recuerdo la lección que nos dio D. Vicente en el instituto Rio Verde acerca de la reproducción de los helechos por esporas, que me tuvo aluciná un tiempo y seguro que saqué buena nota si cayó en el examen.

A la hora de comer, nadie protestaba. Todo estaba buenísimo, como si lo hubiese hecho mamá. Por eso, cuando me casé, siempre me sobraba comida. Me perdía en las cantidades. Eso de pelar dos patatas no me salía, cuando cogía  el cuchillo y me daba cuenta y paraba, ya tenía tres kilos de papas pelaos en un momento. Y hasta hace dos días mi hija me decía que hacía de comer pa´ invitar a todo el bloque.


Yo no he leído libros de cocina, pero sé que no me pueden faltar ajos, cebollas, patatas, zanahorias, puerro, apio, tomates, pimientos… pa´ poder pensar en hacer un menú, sea de carne o de pescado. A mí cocinar me relaja mucho, tengo una gran cocina con vistas, pongo musiquita y si se me va un poco la olla, escribo una crónica.

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