Hace
treinta años estaba yo como mi hija ahora, embarazada y acudiendo a las clases
de preparación al parto, aprendiendo con las mismas profesionales.
Mi
madre tuvo los cuatro primeros hijos en casa. De la primera me comentó que
cuando vino a presentarse el parto estaba fregando de rodillas el portal, y
cuando andaba penando como un perrillo
chico por los quicios de las puertas, su suegra, que en aquel tiempo vivía
con ella, le pegó un pescozón a mi padre, y le dijo:” corre y avisa a la partera,
¡¿no ves que ya viene el niño?!” y él, atontao,
salió corriendo.
Mientras
tanto, a mi madre le aconsejaban que con los dolores achuchase cuanto pudiese.
Para cuando llegaron el médico y la partera mi madre se había desgarrado sola achuchando y me comentó que
la partera le preguntó al médico: -“¿Qué hago? ¿la cosemos? Y el medico
contestó: “No, déjala, así los próximos partos le costará menos”. Así tuvo tres
más en casa.
Cuando
vino la cuarta, ya era yo un poco mayor y ví a la vecina con la mano toda
arañada y le pregunté qué le había pasado y me dijo que tuvo que luchar con la
cigüeña porque no quería dejar a mi hermana. El quinto y la sexta ya se fue a
dar a luz al hospital a Málaga y me comentó que fue todo muy raro, pero raro
raro, fíjate que la matrona le decía que no empujase y la puso de lado, que no
empujase y le gritó: “¡señora, usted habrá tenido cuatro hijos, pero USTED NO
SABE PARIR!”.
De
todo eso me acuerdo porque en las clases de preparación al parto yo era una
esponja, absorbía todo y comparaba con lo que mi madre me había contado y
pensaba, ¡que brutalidad, por diosssss!. Saber a cada momento lo que pasa en tu
cuerpo, qué clase de cambios se operan en el momento de dar a luz no te quita
ni un solo dolor, pero te hace colaboradora para que el impacto sobre tu hijo y
sobre tu propio cuerpo sea lo menos traumático posible, y las comadronas que me
atendieron agradecieron mi colaboración portándose divinamente. También tengo
que decir que soy una cagona y a mis dos hijas las tuve en el Hospital
Materno-infantil de Málaga, no me fiaba de la clínica de Marbella, porque había
oído historias de madres e hijos que necesitaban cuidados especiales después
del parto y había que pitar corriendo pa´ Málaga porque aquí no había preparos,
y con lo sensible que está una después de dar a luz, lo único que te consuela
es abrazar a tu hijo y tenerlo bien cerca. Si todo va bien, no necesitas casi a
nadie. Peeeero ¿y si falla algo?, ¿no prefieres estar rodeada de gente
preparada que puedan ayudarte a ti y a tu hijo? Ya digo que siempre he sido muy
cagona.
Así,
cuando mi hermana la chica, una pechá de años después, se puso de parto,
estábamos las dos de compras en un centro comercial y rompió aguas. Nada de
histerismos, miró si el agua era clara y tranquilamente terminamos las compras,
se fue a casa a preparar la canastilla y al hospital, todo controlado porque
aún no habían comenzado las contracciones.
Estos
días estoy oyendo la denuncia que han puesto las enfermeras a unas mujeres que
asesoran a otras mujeres que van a ser madres, cobrando por ello, pero desde la
experiencia de haber dado a luz. No sé, hasta el nombre “doulas” me suena a
mala gente, ya que algunas incluso aconsejan a la madre que se coma la placenta.
Qué pena cuando la gente tiene que pagar para tener la compañía de alguien en
estos momentos tan bonitos y a la vez tan duros. Lo digo otra vez, siempre he
sido muy cagona y no me fío. Me gustan los profesionales.
Mientras
espero la primavera, que mi hija y mi yerno se empapen de lo que les espera,
porque él también va.
Haremos
este fin de semana una escapada de chicas, ya os contaré.
We keep in touch... Ya sabes.
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