Por fin
volvieron los tomates. ¡Ay!, licopeno, licopeno, ¡cómo te he echado de menos!.
Por
Dioooooos, ¡¡qué largo se me ha hecho el invierno!!. Ya vuelven los tomates, y con
ellos esa siesta que cuando te das cuenta se te ha escapado la salibilla, el quedarse en la playa hasta
las tantas, andando por la orilla o disfrutando de la brisita, jugando a las
cartas. Y
aunque este invierno probé el famoso Kumato, ese que intenta parecerse en el
sabor a los tomates de verano, ná que ver, oye, pero ná que ver.
Ya
tengo puesta la olla cuartelera para el tomate frito, no sé si picante o con
orégano, -ya lo pensaré- y dos litros de gazpacho en la nevera y otros pa´
pisto y otros tantos para ensalada con queso fresco y albahaca… en fin, que ya
estoy liá en la cocina otra vez, con
la música a toa pastilla y el cuerpo
de juerga.
Del
viaje a Santiago nos hemos traído semillas de grelos, porque probamos el caldo
gallego y, no sé si fue porque con la lluvia y el desconsuelo que llevábamos nos
supo a gloria, o es que de verdad está bueno. A mí me recordó a los potajes de
invierno que hacía mi madre, con hojas de acelga, judías, unos pocos garbanzos, aceite, una cabeza de ajo y algo de añejo. Pero lo mismo, cada cosa
tiene su temporada. Ahora le llaman cocina de mercado, mira tú por dónde, lo
que hacía mi madre ahora es “cocina de marcado”. Pero claro, es que en las
casas no había nevera, ni tele, ni equipos de música. Yo he visto un plato con
agua en la cocina y en medio la lata de leche condensada para que no se
metieran las hormigas, y el que podía, en su casa tenía una fresquera en la que
se ponía una barra de hielo para que conservara algo fresca la comida, pero
liaba un charquerío que no veas. Al
mercado sólo se iba por la mañana, porque la compra era toda fresca: pescado
del día, frutas y verduras de temporada y carne fresca. Había mucho embutido y
salazón y por eso las comidas que se recuerdan tienen otro sabor, sin
conservantes ni invernaderos.
Cuando
yo era chica, al principio en mi casa se cocinaba con carbón: se ponía un
torción con aceite y a los niños se nos daba una palmatoria y a soplar y soplar
hasta que el carbón se encendía. Luego mi madre tuvo una cocina de petróleo con
un solo fuego y cada dos o tres días
había que cruzar el paseo marítimo hasta donde está ahora la Clínica Ochoa, donde
había un surtidor para comprar una garrafa de carburante. Pero ya este fuego se
controlaba, recuerdo que mi madre nos tenía advertíos
de que cuando volviéramos del colegio de Doña Paquita, si en la casa no había
nadie, le dejáramos las carteras al vecino en la carpintería hasta que ella
volviera. Una tarde noche, desde la playa donde estábamos jugando, vimos luz en
la ventana de la casa y -“¡mira, mamá ya llegó!”-, corrimos y ¿qué era?: la
cocina, que se había prendido fuego. Mi madre se fue y dejó la comida puesta y
menos mal que lo vimos, porque el tejado era de vigas de madera y suerte que lo
apagaron corriendo los vecinos. Cuando mi madre volvió, tuvo que tirar la
cocinilla y la olla. Bueno, pues compró un butano DE TRES FUEGOS, ¡la caña!,
con BOMBONA GRANDE. Esa noche, cuando mi padre vino de la pesca y vio la
bombona grande, pegó aquél respingo y salió escupío
de la casa “porque aquello iba a explotar y nos íbamos a morir todos” y pasó un
buen rato hasta que volvió. Seguramente se fue a la bodeguilla a deliberar con
todos los “machos alfa” de la época, hasta que lo calmaron. Todavía recuerdo
los fregoteos que le dábamos a la parrilla del butano y los quemadores con
estropajo para dejarlos relucientes.
Que
no me enrollo más. Me voy a poner un
pisto, que he visto un par de berenjenas por ahí.
¿tanto hemos cambiado?
ResponderEliminarOju,pues yo solo he conocido el butano,pero no veas como hemos cambiado a mejor con las tecnologías.Pobrecitas nuestras madres y las mujeres de aquella generación.Si ahora el trabajo de casa es el peor con diferencia,me lo imagino en esos tiempos ......pa entrar en depresión
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