Que
conste que, ni voy a enseñar a nadie ni voy de mosca cojonera, lo que pasa es
que comparto mis opiniones sobre mis vivencias, comparto mi opinión, no
pretendo dar clases a nadie. También soy consciente de que al publicar mis opiniones
hay personas a las que no les interesa un pimiento y hay quien las lee con
agrado. Que todo el mundo no está de acuerdo conmigo, seguro segurísimo, pero
esta soy yo…
Cuando
yo era chica, mi madre, a mis hermanos y a mí, nos educaba como ella entendía
la educación. Me explico: si yo volvía del colegio o de jugar en la calle y le decía,
“mamá, Periquito ha dicho hijo de p…”, ella me contestaba: -“mira hija, esa es una palabra muy fea que significa
desprecio o significa algo no muy bueno. Si la oyes, no la repitas”. Cuando estábamos
muy enfadados, de pequeños, algunas de estas palabras se colaban en nuestro
vocabulario, y ella nos lo advertía: “no digáis esas palabras que son muy feas,
aunque estéis enfadaos no son
palabras buenas para repetir” y nos machacaba una y otra vez hasta que, si las
pronunciábamos, procurábamos que ella no nos oyera.
Yo
crecí y aprendí que esas palabras eran adjetivos descalificadores, humillantes,
castradores y lo que significaban cuando los empleabas, eran palabras muy fuertes
que denotaban una falta de respeto y de educación tan grandes que, cuando las
empleabas, te sentías mal porque sabías que su uso te humillaba a ti misma.
Con
el tiempo he aprendido que hay ciertas personas que, este tipo de adjetivos, -que
los voy a llamar descalificadores y ofensivos-, los emplean con mucha alegría en
su vida diaria, y lo que para mí es súper fuerte, para ellos no significan nada
o lo olvidan rápidamente, sin saber que te han ofendido, porque en ese momento
no lo comentas y si se enteran se asombran y dicen, “pues no es para tanto”, o “que
me lo hubiese dicho si se ha sentido ofendido”.
Cuando
mis hijas y mis sobrinillos dicen algo ofensivo, les corregimos con alguna pollada,
como una frase de la película de Bambi
que me encanta: “si al hablar no has de
agradar, harás mejor en callar”.
Peeeeero,
es un idioma que está en la calle y, lo mismo que aprendes a hablar inglés,
también aprendes a utilizarlo cuando el interlocutor que está frente a ti es la
única manera de comunicación que comprende. Me explico, hay personas que, no sé
si porque no han tenido de pequeño quien les corrigiera o simplemente se
encuentran cómodos si se expresan avasallando o insultando, siempre utilizando adjetivos que ofenden o
que son descalificativos, que amedrentan a la persona a quien van dirigidas, quizás porque
no conocen otra forma de comunicarse y hacerse entender. Yo creo que para que
vean que les entiendes tienes que contestarles de la misma forma que hablan
ellos. Si voy por la calle y cruzando un paso de cebra un conductor me dice: “y
la gorda, no tarda ná en cruzar”, me
siento mal si me llama gorda, porque para mí, que estoy siempre a dieta, que me
llame gorda me molesta, pero hago como que no oigo, lo ignoro, me callo y no
contesto, porque a esa persona no la voy a volver a ver. Pero, si en un
supuesto, te encuentras en tu vida a una persona malencará, que te avasalla, y a la que aunque no quieras, tienes
que ver continuamente y aguantar su mala educación y sus malos modos, llega un
momento en que tienes que aprender su idioma para terminar con el
avasallamiento de una vez por todas y te tienes que expresar de manera que, de
una vez por todas, te entienda. Aunque no sea tu estilo, aunque te cueste mucho,
tienes que aprender, e intro pa mí, recuerdo las contestaciones aprendidas que
pensé nunca usaría, pero me sale el rebalaje
y pienso que le contestaría: “si, gorda,
porque estoy reteniendo mierda pa´ cagarme en tu puta madre…” o la que me
encanta de: “ya llevas mucho tiempo
tocándome el kiwi y ahora me lo vas a comer con cucharilla de plástico”,
porque he aprendido que a esta gente, cuando les contestas en su idioma, parece
que lo entienden mejor.
Así que, aunque procuro no tener que utilizarlo, por si
acaso, lo sigo aprendiendo...
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