EL POR QUÉ DE ESTE BLOG

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Bueno, bueno, bueno, pues se explica en pocas palabras: ESTOY EN EL PARO.

Si, después de 34 años trabajando, ahora estoy en el paro y como la cosa me temo que va pa´ largo, pues tengo que fogá, ¿sabéis lo que es eso?, pues que necesito algo que hacer para quemar energía.

Trabajando en hostelería, tratas con todo tipo de personas al cabo del día, clientes y compañeros de trabajo, y si además la mayoría son mujeres, que somos muy charlatanas y llevamos muchos años trabajando juntas, filosofamos mucho de familia, noticias, arte, cultura, actualidad en general y cotilleos; pues eso es lo que me falta, compartir.

Cuando estoy cocinando con la radio puesta y me viene a la cabeza algo que creo es interesante y que podría compartir, lo escribo en el ordenador, y como me he apuntado al feisbuk, lo comparto con la corrala cibernética de familia y amigos.

Ahora me han dicho que sería interesante que hiciera un blog. Pues vamos a ello.

Advierto que son cosas mías, igual hay veces que se me va la olla, son cosas cortitas del día a día y los que me leen hasta ahora dicen que les hace gracia, sólo escribo cuando encuentro algo que me inspira y creo que se puede compartir.

SI ME QUERÉIS, SEGUIDME.

miércoles, 6 de agosto de 2014

A LOS DE LA MAR...

Aquí estoy, toa solita por la mañana, fregando como una loca con el amoníaco, porque los bichos me comerán cuando me muera, pero ahora no los soporto. Las arañas, hormigas, mosquitos y cortapichas, les tengo declarada la guerra y voy a muerte con ellos, así que sudando la gota gorda por el canalillo abajo y armada con trapo y fregona, la radio puesta y el magín dándole vueltas a una frase, que por lo visto es antigua y ahora mi querido esposo, después de una discusión sobre nuestros orígenes, me ha espetado: -“no, si ya lo decía mi padre, que a los de la mar, palos y pedrás”-. ¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte!, todavía estoy conmocioná.  ¡Y me lo ha repetío!, a los de la mar, palos y pedrás.

Me cuenta que en su niñez el padre tenía no se qué huerta en la que sembraba, y cuando recogía la cosecha de verano para vender los melones, se quedaban toda la noche en una especie de choza hecha para aguantar la cosecha mientras se vendía, y dormían ahí. Que su padre le había quitao a la gente de la mar mucha hambre con los melones y que a cambio la gente de la mar le daba a su madre un cubillo con algunos pescaíllos. ¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte, estoy endemoniá!. No sé si meterme en el google para ver cuántas calorías y cuantas vitaminas tiene un melón y un pescado, pero ¡ já! todo el mundo sabe que la fruta de verano en su mayoría es agua, que te hartas con una sandia gorda y a la mijilla te hartas de mear, y lo único que has hecho es lavarte las tripas, ¿o no?. Y un pescaíto recién cogido de nuestras costas, no tiene precio.

Pero bueno, como decía mi padre, qué mala es la hambre, y sobre todo, qué mala es la memoria. Pero peor aún es la falta de respeto. Nunca he visto un eskimo, no sé lo que es, si acaso me imagino el chozajo de palmas que se hace en los campos en verano para vender los melones. Todo tiene su mérito. Él se habrá deslomao en el campo arando y recogiendo habichuelillas, habas y vendiendo melones, pero yo he visto a mi padre llegar derrengao después de toda una noche en la mar, limpiar las redes, llevar los cubos o las cajas de pescao a la fábrica de hielo a por un par de barras de hielo picao pa´ que aguante el pescao y llevarlo al mercao pa´ venderlo, y luego a remendar toda la tarde porque, o bien las redes se quedaban cogías en una roca, o se les metía un marrajo y les rompía el arte de la pesca, y entonces, ¿vale menos ese cubillo de pescao que con tanto menosprecio nombra mi querido esposo que un melón o sandía, por mu gordo que sea?.


Y por lo visto, cuando venían los temporales y los barcos no salían, la gente de la mar se tiraba al campo a ver si podían arañar alguna batata o unos higos, como en todos lados. No sé si en alguna crónica he comentado que la jefa de enfermeras de Incosol era valenciana y que cuando entraba en la oficina y habíamos comido una naranja a media mañana, decía: -“aquí huele a pobre”-, y yo no sabía a qué se refería, hasta que me explicó que en la posguerra los pobres sólo comían naranjas de las huertas valencianas y a ella le quedó aquel dicho, igual que el que me ha dicho mi esposo. Pero me lo ha dicho a la maldad, ¡así que se atenga a las consecuencias...!


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