Como
la letra de la canción, “a Tarifa pal winfirsun y no hay viento”, pero al
revés.
Cómo
me revienta ver el tiempo por la noche en la primera cadena, me aburre como una
ostra, me puede tanta pedantería, y ahora además con más tiempo para remachar y
remachar los “posibles, probables y puede que por la mañana y a lo mejor por la
tarde” y dale que te pego, con que vienen los vientos desde la Conchinchina y luego
pasa lo que pasa, que vi una raya en la zona de Tarifa y… pos vámonos pá Bolonia:
con los niños, la comida, las sombrillas, las neveras… y cuando llegamos, ¡por
Dios, pero esto que eeesss!, Íbamos a volar, con la arenilla que parece pan rallao dándonos en las espinillas, que
los mosquitos enfurecíos de las
marismas se quedan mamando al lao de
los picotazos que da esta arena.
Bueno,
como la playa es maravillosa, nos quedamos,
a ver si amaina. Montamos el chiringuito y por poco gastamos todas la
piedras de la excavación que hay allí pa´ aguantar las toallas. Total, como la
playa es espectacular y hacía un sol de justicia, pues nos fuimos a andar y a
bañarnos. El agua clarita, clarita y buenísima, incluso con olas y viento, la
juventud subió a las dunas de arena, -que siempre me maravilla que la arena no
queme- y al volver del paseo, las toallas estaban enterrás bajo siete metros de arena, miramos y remiramos a ver si
en la arena mojá de la orillita se
podría comer, pero no había manera, con un viento que te seca el gaznate, un
sol de justicia, ni una sombra pa´ cobijarte y desmallaos de hambre sin poder destapar ni una fiambrera, había que
tomar una decisión, y al ver a mi sobrino con una toalla por la cabeza, que
parecía Doña Rogelia, colorao como un tomate y diciendo -a ver cuando me sacan
de una vez de esta playa-, finalmente decidimos irnos a comer al chiringuito y
quitarnos de la solana y el viento. Imposible, imposible quedarnos en la playa.
Y
digo yo, ¿pa´ qué tantas explicaciones de la tía del tiempo, pa´ qué tantas
isobaras y tantas presiones?. Lo que tienen que hacer es ir un veranito a las
costas de Tarifa y pasar un fin de semana con viento y otro sin viento, pa´
saber de lo que hablo, y a ver si afinamos un poco más en esa zona, porque si la hubiese tenío a mano, le hubiese dicho cuatro cosas bien dichas, que los
antiguos sin tanta palabrería ni tantos estudios, sabían en sus huesos cuándo
iba a cambiar el tiempo, porque la presión la sentían en los huesos y las
isobaras, cuando venían juntas, las notaban en la rabadilla.
Un
señor muy simpático, cuando ya nos veníamos huyendo, nos dijo que la próxima vez
nos metiésemos en una página tal de Internet, y que cuando pusiera más de tres
o cuatro nudos, ni lo intentásemos. Pero digo yo, si te tienes que meter en
Internet pa´ ver el tiempo en la costa de Cádiz, ¿pa´ qué se tira el tío del
tiempo dándonos tantas explicaciones durante más de un cuarto de hora?, que
cuando estoy esperando pa´ ver la película de la primera, -sin anuncios-, y
oigo que después de terminar las noticias, el deporte y el tiempo, ¡vuelve a
sonar la musiquilla del tiempo!, me pongo cardíaca, ¡¡pero otraaaaaaa veeeeezz,
por Dioooosssss!!.
Como soy positiva por naturaleza, bien está lo que bien acaba, así que terminamos comiéndonos el almuerzo de la playa en el campo de mi madre para la cena... y aunque me dejó muy mal sabor de boca no poder disfrutar de esa playa tan maravillosa… lo tenemos pendiente, pendiente, pendiente.
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