Primero
el fogonazo y luego el trallazo. Cuando vienen estas tormentas de noche, me
acuerdo de cuando yo era chica en la casa vieja de la playa y pegaba nuestra
vecina Mariquita, que llegaba toa asustá,
con la manta por encima de la cabeza como un espanto, a refugiarse en mi casa.
Luego hacia una cruz de sal en la mesa redonda del portal y se ponía a rezarle
a Santa Bárbara Bendita hasta que pasaba la tormenta.
Mientras
tanto, para nosotros aquello era una fiesta, porque no había tele ni ná y en
invierno oscurecía muy pronto y nos reuníamos alrededor de la mesa camilla con
la copa de carbón, que se encendía a media tarde y se tapaba con ceniza pa´ que
no se quemara muy rápido y durara lo más posible. De vez en cuando mi padre decía:
-“niña remueve la copa que ya no calienta”- y le dábamos con una espumadera
metálica. Entonces venían las historias, María y mi padre se ponían a recordar
tiempos antiguos y hablaban de personas que ya no estaban o que habían muerto
cuando la guerra. Estas conversaciones siempre empezaban con las palabras “antiguamente”
y “cuando la guerra”. –“Ricardo, ¿tú te acuerdas cuando la guerra? , ¿ y tú
Salvadora, te acuerdas?”-, porque al ser mi madre más joven, tenía recuerdos
vagos de que su padre se los llevó a todos desde la calle Lobatas, donde vivían,
a las cuevas de Puerto Rico alto. Su padre bajaba de la montaña de vez en
cuando a recoger alimentos e información,
y cuando veían pasar los aviones, los chiquillos salían gritando y
señalando al cielo, mientras las madres, asustaítas
las pobres, los metían corriendo pa´ dentro. Mariquita decía que ellos se
fueron por los caminos y que en su huida perdieron a muchos parientes y amigos,
que habían visto muchos muertos en las veredas y que pasaron mucha hambre.
Pa´
quitarnos el miedo a las tormentas, mi padre abría la puerta de la calle de par
en par y decía “deja que entre la gracia de Dios” y a cada trueno bailaba y se reía
haciendo bromas pa´ quitarnos el susto. Nosotros, como pollitos, le
preguntábamos si en la casa podía caer un rayo y él nos decía que no, porque el
edificio justo detrás, Valdecantos,
que él ayudó a construir en sus principios, tenía pararrayos y nos protegía. También
nos decía que los muros de la casa eran de metro y medio de ancho y al estar
encajonada entre la carpintería y los almacenes, nunca se derrumbaría y así nos
entretenía hasta que pasaba la tormenta.
Desde
siempre nos gustan las historias, los cuentos, las anécdotas, y ahora los más
jóvenes nos preguntan y quieren saber cómo vivíamos en nuestra juventud. Veo
que no ha cambiado tanto la curiosidad por lo antiguo, porque sólo el hecho de
tener un grifo dentro de la casa y que salga toda el agua limpia que nos
apetezca es una gozada, pero si les cuentas que de chica tenías que ir a por
agua a la fuente y acarrearla a una pila, creen que eso es muy entretenío y piensan que les hubiese
gustado vivir aquella época, -pero no sueltan de la mano el móvil y andan tó el
día enganchás al wasap-.
Si,
es verdad que cuando yo era chica y llegábamos todos del colegio, mi madre nos
mandaba a jugar a la calle, -porque los niños alborotando dentro de la casa son
un incordio-, pero también crecimos con muchas obligaciones y
responsabilidades. La más grande era que tenías que cuidar de tus hermanos más
pequeños y tu madre te lo tenía bien advertío,
-“procura que a tus hermanos pequeños no les pase ná”-.
Mi
hermana la mayor siempre cuenta cómo la dejó mi madre sola en la casa un día de
verano, con seis o siete años, cuidando de mí, de unos cuatro años y de mi hermano, de
un año y medio, y vino una amiga a buscarla para jugar en el puerto. Se negó y
se negó porque nos tenía que cuidar, pero al final la otra la convenció, así
que nos cogió a los dos y nos dejó en la playa debajo de una barca a la sombra,
se fue a coger cangrejos al muelle y se le fue el santo al cielo. Entretenía como estaba, no vio venir a
mi madre, sólo sintió que la cabeza casi se la saca con los tirones de las
trenzas. Entonces vio que mi hermano estaba al sol ligero hartándose de comer
arena, lleno de mocos y rojo casi pa´ explotar. Por poco la mata mi madre… y
así aprendimos responsabilidad. A partir de ahí, la mayor nos enseñaba a
escobazos que no le pisáramos cuando fregaba, que no nos fuéramos lejos cuando
mamá nos lo tenía advertío… Ella se
pasó toda la infancia soñando con ser hija única y nosotros rezando pa´ que
viniera Herodes.
Una historia muy entrañable y propia de nuestra época,la responsabilidad no quedaba otra que cogerla porque tenias que crecer rápido para ayudar.Bonito blog Paca te sigo con tu permiso paisana, un saludo
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y comentarlo. Si lo que lees te entretiene, pos pa eso estamos. Besitos.
Eliminara pesar de todo no la cambio por nada porque esas responsabilidades me ayudaron de mayor a "apechugar" con todo y a querer a mis hermanos por encima de todo
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